Por Alberto Benegas Lynch (h)
Hace tiempo apareció el libro titulado El cisne negro cuyo autor, Nassim Nicholas Taleb, nació en Líbano y se doctoró en la Universidad de París-Dauphine. Es del caso volver sobre el asunto debido a la manía de simplemente extrapolar el pasado y encajarlo al futuro.
De tanto en tanto aparecen libros cuyos autores revelan gran creatividad, que significan verdaderos desafíos para el pensamiento. Son obras que se apartan de los moldes convencionales, se deslizan por avenidas poco exploradas y, por ende, nada tienen que ver con estereotipos y lugares comunes tanto en el fondo como en la forma en que son presentadas las respuestas a los más variados enigmas intelectuales.
El eje central de la obra de marras gira en torno al problema de la inducción tratado por autores como David Hume y Karl Popper, es decir, la mala costumbre de extrapolar los casos conocidos del pasado al futuro como si la vida fuera algo inexorablemente lineal. Lo que se estima como poco probable -ilustrado en este libro con la figura del cisne negro- improbabilidad que al fin y al cabo ocurre con frecuencia.
Ilustra la idea con un ejemplo adaptado de Bertrand Russell: los pavos que son generosamente alimentados día tras día. Se acostumbran a esa rutina la que dan por sentada, entran en confianza con la mano que les da de comer hasta que llega el Día de Acción de Gracias en el que los pavos son engullidos y cambia abruptamente la tendencia.
Taleb nos muestra cómo en cada esquina de las calles del futuro nos deparan las más diversas sorpresas. Nos muestra cómo en realidad todos los grandes acontecimientos de la historia no fueron previstos por los “expertos” y los “futurólogos” (salvo algunos escritores de ciencia ficción). Nos invita a que nos detengamos a mirar “lo que se ve y lo que no se ve” siguiendo la clásica fórmula del decimonónico Frédéric Bastiat. Por ejemplo, nos aconseja liberarnos de la tendencia a encandilarnos con algunas de las cosas que realizan los gobiernos sin considerar lo que se hubiera realizado si no hubiera sido por la intromisión gubernamental que succiona recursos que los titulares les hubieran dado otro destino.
Uno de los apartados del libro se titula “Seguimos ignorando a Hayek” para aludir a las contribuciones de aquel premio Nobel en economía y destacar que el conocimiento está disperso y que la coordinación social no surge del decreto del aparato estatal sino de millones de arreglos contractuales libres y voluntarios que conforman la organización social espontánea y que las ciencias de la acción humana no pueden recurrir a la misma metodología de las ciencias naturales donde no hay propósito deliberado sino que hay reacción mecánica a determinados estímulos.
La obra constituye un canto a la humildad y una embestida contra quienes asumen que saben más de lo que conocen (e incluso de lo que es posible conocer), un alegato contra la soberbia gubernamental que pretende manejar vidas y haciendas ajenas en lugar de dejar en paz a la gente y abstenerse de proceder como si fueran los dueños de los países que gobiernan. En un campo más amplio, la obra está dirigida a todos los que la posan de sabios y que alardean de conocimientos preclaros del futuro cuando en verdad no pueden pronosticar a ciencia cierta qué harán ellos mismos al día siguiente puesto que al modificarse las circunstancias naturalmente cambian sus propias conjeturas.
Pone en evidencia los problemas graves que se suscitan al subestimar la ignorancia y pontificar sobre aquello que no está al alcance de los mortales. Es que como escribe Taleb “la historia no gatea: da saltos” y lo improbable -fruto de contrafácticos y escenarios alternativos- no suele tomarse en cuenta, lo cual produce reiterados y extendidos “cementerios” ocultos tras ostentosos “y aparatosos modelitos matemáticos y campanas de Gauss” que resultan ser fraudes conscientes o inconscientes de diversa magnitud, al tiempo que no permite el desembarazarse del cemento mental que oprime e inflexibiliza la estructura cortical. Precisamente, el autor marca que Henri Poincaré ha dedicado mucho tiempo a refutar las predicciones basadas en la linealidad construidas sobre la base de lo habitual a pesar de que “los sucesos casi siempre son estrafalarios”.
Explica también el rol de la suerte, incluso en los grandes descubrimientos de la medicina como el de Alexander Fleming en el caso de la penicilina, aunque, como ha apuntado Pasteur, la suerte favorece a los que trabajan con ahínco y están alertas. Después de todo, como también nos recuerda el autor, “lo empírico” proviene de Sextus Empiricus que inauguró, en Roma, doscientos años antes de Cristo una escuela en medicina que no aceptaba teorías y para el tratamiento se basaba únicamente en la experiencia, lo cual, claro está, no abría cauces para lo nuevo.
Los intereses creados de los pronosticadores dificultan posiciones modestas y razonables y son a veces como aquel agente fúnebre que decía: “Yo no le deseo mal a nadie pero tampoco me quiero quedar sin trabajo”. Este tipo de conclusiones aplicadas a los planificadores de sociedades terminan haciendo que la gente coma igual que lo hacen los caballos de ajedrez (salteado). Estos resultados se repiten machaconamente y, sin embargo, debido a la demagogia, aceptar las advertencias se torna tan difícil como venderle hielo a un esquimal.
En definitiva, nos explica Taleb que el aprendizaje y los consiguientes andamiajes teóricos se llevan a cabo a través de la prueba y el error y que deben establecerse sistemas que abran las máximas posibilidades para que este proceso tenga lugar. Podemos coincidir o no con todo lo que nos propone el autor, como que después de un tiempo no es infrecuente que también discrepamos con ciertos párrafos que nosotros mismos hemos escrito, pero, en todo caso, el prestar atención al “impacto de lo altamente improbable” resulta de gran fertilidad...al fin y al cabo, tal como concluye Taleb, cada uno de nosotros somos “cisnes negros” debido a la imposibilidad de pronosticar que hayamos aparecido en este mundo con las características únicas e irrepetibles respecto a todos los nacidos en la historia de la humanidad.
Es comprensible el esfuerzo de tomar en cuenta el pasado al efecto de no repetir errores. Nos manejamos con lo que conocemos pero de ahí hay un salto lógico imperdonable si solo extrapolamos y no damos lugar a la creatividad, a la imaginación y a lo nuevo y distinto. Por eso es que hemos insistido tanto en la necesidad de abandonar las telarañas mentales de los conservadores en el peor sentido de la expresión que rechazan de plano todo lo novedoso que se sale de los paradigmas archiconocidos.
Así es que en otros planos en nuestro mundo se rechaza la idea de abolir la banca central, el absurdo de reparticiones gubernamentales de cultura y educación como si fuera natural imponer estructuras curriculares, se mantiene a rajatabla la idea de contar con fastuosas embajadas en plena era de las teleconferencias, se insiste en el concepto autoritario de las agencias oficiales de noticias, se machaca con la noción de estadísticas realizadas por los aparatos estatales en lugar de abrir a la competencia con auditorías cruzadas al efecto de contar con la mejor calidad posible, se piensa que es saludable contar con Ministerios de Economía sin percatarse que como su nombre lo indica es para regentear la economía que es precisamente lo que conduce a la hecatombe, se reitera la supuesta necesidad de aplicar coactivamente un expropiatorio sistema jubilatorio que no hace más que asaltar a las personas de mayor edad, se establecen mal llamadas empresas estatales que inexorablemente implican la mal asignación de lo siempre escasos recursos, hay empecinamiento en administrar desde el poder político el fruto del trabajo ajeno con injustas regulaciones del mercado laboral, se persiste en el error de evitar la asignación de derechos de propiedad al espectro electromagnético y así obviar el peligro de la figura de la concesión en manos estatales y así sucesivamente. Acabo de publicar mi libro titulado Vacas sagradas en la mira donde me explayo en estos y otros asuntos equivalentes.
Milton y Rose Friedman publicaron un jugoso ensayo que tradujimos al castellano cuando era Rector de ESEADE para la revista académica Libertas titulado “Las corrientes en los asuntos de los hombres” donde los autores sostienen que para conjeturar algunos de los sucesos del futuro no basta con mirar en la superficie del agua de lo que viene ocurriendo sino que debe zambullirse en las profundidades de los acontecimientos para detectar corrientes subterráneas en el devenir intelectual en donde, como decimos, la característica central estriba en la apertura mental para, precisamente, abrir cauce a la antes referida creatividad e ingenio que permite sospechar cisnes negros para no estar embretados en la rutina que es el enemigo más potente de la invención y el descubrimiento. En esta línea argumental es que Albert Einstein -al que en el colegio le dijeron que tenía un muy bajo coeficiente intelectual- ha dicho que “la mente es como un paracaídas, solo funciona si se abre”, Jorge Luis Borges no fue al colegio hasta los nueve años pues su padre sospechaba de la intromisión estatal en la materia y el antes aludido Luis Pasteur no era médico y era rechazado por profesionales de la Academia de Ciencias de París.
Como escribe Luis Alberto Machado en La revolución de la inteligencia “el trabajo de creación siempre será un trabajo en soledad. Y todo innovador tiene que resignarse a la idea de caminar buena parte de su jornada en soledad con la sola compañía de sus pensamientos. El innovador en cualquier campo tiene que saber que con frecuencia será objeto de incomprensión y de burla”. Es como ha consignado John Stuart Mill “todas las buenas ideas pasan por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción.”
Stefan Zweig escribe en la primera línea de Los creadores que “de todos los misterios del mundo, ninguno es más profundo que el de la creación.” Y para que este proceso tenga lugar es indispensable el clima de libertad de expresión al efecto de aprender de otros y poder transmitir las conjeturas propias en un contexto de corroboraciones provisorias sujetas a la refutación como bien subraya una y otra vez Popper.
Es por lo dicho que Taleb concluye en su obra que “dejemos que los gobiernos predigan (ello hace que los funcionarios se sientan mejor consigo mismos y justifica su existencia) pero no nos creamos nada de lo que dicen […] De hecho, si el libre mercado ha tenido éxito es precisamente porque permite el proceso de ensayo y error que yo llamo ajustes estocásticos por parte de los operadores individuales en competencia”. Es el único modo de percibir y desarrollar lo que es hasta el momento desconocido y rechazado por mediocres.