Por Álvaro Vargas Llosa
Daniel Ortega ha gobernado Nicaragua durante aproximadamente 32 de los últimos 40 años, primero como parte de una junta de cinco hombres después de que los marxistas sandinistas derrocaran al anterior dictador, Anastasio Somoza, en 1979, y más tarde como presidente (de 1984 a 1990 y de nuevo desde 2007 hasta la actualidad). No tiene intención de abandonar el poder en breve.
Numerosas fuentes, entre ellas varios antiguos colaboradores de Ortega, me han expresado que 1990 fue un año crítico en la evolución de Ortega como dictador. Fue el año en que Violeta Chamorro, viuda de un muy respetado editor de periódicos que había llevado a cabo una cruzada contra la dictadura de Somoza, lo derrotó en las elecciones presidenciales de Nicaragua.
Chamorro fue capaz de alcanzar la victoria porque Ortega, confiado en que la mayoría de los nicaragüenses apoyaban la revolución sandinista, no consiguió amañar los comicios. Aquella noche recibió supuestamente una llamada de Fidel Castro, que se comenta le dijo: "Nunca olvides esta lección: Una vez que se obtiene el poder, no permites elecciones libres porque los fascistas podrían ganar".
En los últimos días Ortega ha demostrado al mundo lo bien que recuerda esa lección. En el poder desde hace 14 años, Ortega se presenta a un cuarto mandato consecutivo de cinco años y ha llevado su control de las elecciones, previstas para principios de noviembre, mucho más allá de la injerencia y manipulación que tuvo lugar en sus dos anteriores campañas de reelección.
A diferencia de las campañas anteriores, en las que aún conservaba cierto apoyo popular, ahora Ortega es detestado por un gran porcentaje de nicaragüenses y probablemente perdería contra cualquiera de sus principales oponentes en unas elecciones justas. Por eso, comenzó a amañar los comicios a finales del año pasado limitando legalmente los derechos políticos, y luego profundizó el ardid en mayo, cuando atestó el órgano de control electoral con miembros de su partido, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), prohibió a las organizaciones opositoras y dejó claro que no se permitirían observadores internacionales.
Ahora ha detenido a varios candidatos presidenciales, incluida su rival más seria, Cristiana Chamorro, cuya madre lo derrotó en 1990. Otras figuras de la oposición, así como prominentes líderes empresariales, también han sido arrestados bajo cargos falsos.
Estas medidas no sólo son el resultado de la lección de 1990; indican que ha aprendido una segunda lección clave en 2018: La represión brutal funciona.
Ese año, Ortega y su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo, se enfrentaron a protestas masivas en todo el país, desencadenadas por una recesión económica, pero realmente motivadas por una oposición generalizada a años de gobierno de un solo partido.
Muchas instituciones que antes no se habían opuesto abiertamente a Ortega, incluida la Iglesia católica, ahora lo desafiaban. Ortega comprendió el peligro y desencadenó una espantosa ola de violenta represión que mató a unas 450 personas, hirió a miles y envió a numerosos nicaragüenses a la cárcel. Al final consiguió pacificar el país.
Aprendió en 2018 que una fuerte represión funciona si estás dispuesto a llevarla hasta donde sea necesario, siempre y cuando el ejército te respalde. Y nunca ha habido ninguna señal de que los militares, fuertemente controlados por el FSLN con ayuda de expertos cubanos en contrainteligencia, sean otra cosa que leales a él, gracias a la generalizada corrupción que el régimen utiliza para enriquecer y recompensar a los altos cargos militares.
Mientras las sanciones estadounidenses contra los lideres sandinistas se han ampliado, -casualmente, el Secretario de Estado Antony Blinken se encontraba en Costa Rica cuando Chamorro fue detenida-, Ortega y sus compinches disponen de mucho dinero en efectivo, por lo que es probable que las sanciones no tengan mucho efecto. Ortega sabe también que puede contar con el apoyo de Rusia, Irán y varios gobiernos latinoamericanos de izquierda, mientras que muchos de los gobiernos de centro-derecha de la región están distraídos por el resurgimiento de los militantes de izquierda en casa.
En síntesis, el futuro parece sombrío para el pueblo nicaragüense.
Ortega parece dispuesto a llegar a cualquier extremo para asegurar su reelección en noviembre. Que esto sirva de advertencia para los líderes y el pueblo de otras naciones latinoamericanas en las que la extrema izquierda está tratando de obtener el control por cualquier medio necesario: Una vez que los matones se hacen con el poder, no lo sueltan.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
Álvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.