Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
Desde la primera vez que la oí hablar, en lo alto de un balcón de la Plaza Bolognesi, en Lima, hace ya muchos años, pensé que la socialcristiana Lourdes Flores Nano sería una magnífica presidenta del Perú. Las cosas no han ocurrido así, pero, si ella hubiera ganado la elección presidencial que disputó con Alan García, sospecho que Lourdes habría cumplido sus promesas y que García probablemente estaría vivo (se suicidó cuando iba a ser apresado).
La oí hablar en un programa de televisión sobre el discutido tema del “fraude” electoral que habría marcado la segunda vuelta de las elecciones peruanas. Ella, que es abogada, con un grupo de colegas había explorado este asunto. Aseguraba, con firmeza, que ellos habían advertido, de manera inequívoca, en los pueblos de la sierra que habían estudiado, que hubo muchas firmas falsas en las actas correspondientes y un sospechoso incremento de la votación del candidato Castillo en la segunda vuelta, la definitiva. Lourdes Flores acepta la ley vigente en el Perú, que deposita en los cuatro miembros del Jurado Nacional de Elecciones toda la responsabilidad de decidir si estas elecciones reflejan la “verdad” o la desfiguran. Y añadía, exhortando a los cuatro jueces, con un peruanismo un tanto maloliente que resonó nostálgicamente en mis oídos: “Sean valientes, no le quiten el cuerpo a la jeringa”. Esperemos que no.
La investigación que han llevado a cabo Lourdes Flores Nano y el grupo de abogados que la acompaña se concentra en el caso de algunos pueblecitos de la sierra peruana, representativos de una zona geográfica determinada. Lo primero que investigaron fue si había rastros de “firmas falsas”. Para eso, se valieron de un perito grafólogo que sometió esas actas a un examen morfológico y les cobró por el trabajo 120 dólares. En todas ellas encontró huellas de falsificaciones de firma, a veces la del propio jefe de la mesa electoral. De otro lado, el examen de esas actas muestra una tendencia clarísima: en tanto que los votos que había obtenido Keiko Fujimori en la primera vuelta desaparecían en la segunda, los votos así emitidos pasaban en la segunda a engrosar la candidatura de Pedro Castillo. Lourdes Flores ha pedido, con buen criterio, que los cuatro miembros del Jurado Nacional de Elecciones sometan al mismo examen las más de 800 actas impugnadas que se han presentado contra la votación de la segunda vuelta, en aras de la “verdad electoral”. Lo importante no es tener a un presidente de la República que sea un andino humilde, como creen algunos corresponsales que los diarios europeos tienen en el Perú, sino tener a quien la mayoría de los electores peruanos ha elegido y no a un presidente fraudulento. Este asunto es el fermento de toda clase de especulaciones y síntomas de violencia en el Perú, y, a menos de proceder el Jurado Nacional de Elecciones con la seriedad y responsabilidad que le exige Flores Nano, la violencia puede estallar una vez más, apenas se conozca el fallo electoral. Antes de que esto ocurra, todo es preferible. Algunos reclaman, entre las soluciones posibles, la de cancelar la elección defectuosa y convocar nuevamente una elección definitiva, rodeada, esta sí, de la vigilancia que ataje toda deformación en mesa de los genuinos resultados electorales. Pero el ex primer ministro Pedro Cateriano sostiene que esta alternativa es anticonstitucional.
Los observadores que envió la OEA (Organización de Estados Americanos) al Perú se apresuraron sin duda al declarar que estas elecciones fueron “limpias” y felicitar al Gobierno peruano por ello. Todas las indicaciones —además de la investigación de Flores Nano y su grupo de abogados— revelan que esa felicitación fue un tanto apresurada y, como ella dijo, “muy diplomática”.
El grupo de juristas que representa a Keiko Fujimori, y al que ahora acompaña un eminente hombre de Derecho que está más allá del bien y del mal, es ampliamente respetado y tiene impecables credenciales democráticas por su papel en los 90 —el doctor Óscar Urviola—, ha impugnado más de 200.000 votos, por haber sido obtenidos mediante manipulaciones como las denunciadas por la doctora Flores Nano. El Jurado Nacional de Elecciones, luego de resistirse a revisar las actas impugnadas, tarea sin duda enorme, parece haber aceptado revisar algunas y se halla ahora imbuido de esa responsabilidad. Es fundamental que las revise todas. Cualquiera que sea el fallo, es obvio, en el subido clima que reina en el Perú, que habrá protestas y podría haber acciones violentas de parte de partidarios del candidato derrotado.
Mi impresión, desde el lejano Madrid y a través de las múltiples y contradictorias informaciones que me llegan, es, cada día más, de que ha habido graves irregularidades, y ello, sobre todo, en función no tanto del candidato Pedro Castillo, sino de muchos miembros del partido que lo lanzó a la presidencia; el líder no podía ser candidato pues estaba vetado por el poder judicial acusado de haber alargado la mano más de lo debido durante su Gobierno de Junín. Me refiero a Vladimir Cerrón, dueño del partido Perú Libre, y que será, de ganar Castillo, el verdadero poder detrás del trono. El señor Cerrón, que es médico y vivió diez años en Cuba, tuvo la osadía de proclamar, ante sus partidarios, que era “marxista, leninista y mariateguista” y que, por lo tanto, a la manera de Cuba, Venezuela o Nicaragua, no dejaría el poder al término de su mandato (que en el Perú es de cinco años). Esa famosa frase, por supuesto, encendió las alarmas en muchos hogares peruanos. De otro lado, circula una grabación en la que el instructor de personeros de Cerrón urge a sus compañeros a que se presenten a las mesas a las cinco de la mañana y las ocupen antes de que lo hagan los miembros de mesa elegidos por sorteo.
Gracias a gentes como el señor Vladimir Cerrón y algunos de sus partidarios, a los que, oyéndolos hablar, uno tiene la sensación de estar escuchando a policías estalinistas, estas elecciones peruanas no tienen nada que ver con las que ha habido hasta ahora en nuestra historia, pues en esta no se trata de cambiar a personas o partidos, sino de régimen. Si gana el señor Castillo, ya lo sabemos: el Perú será una segunda Venezuela dentro de pocos años, o habrá un fuerte enfrentamiento en el que por lo menos la mitad de los peruanos lucharemos por defender su democracia y la libertad que la acompaña, porque este régimen, aunque insuficiente y malherido por la pandemia del coronavirus, puede ser mejorado. En tanto que el sistema comunista no, como lo comprobaron Rusia, con la desaparición de la URSS, y China Popular, que se ha convertido en un régimen capitalista autoritario. En Rusia se autoriza a los capitalistas respetuosos, y sólo se persigue e inhabilita (o asesina) a los irrespetuosos con el régimen. Con su discreción habitual, el eje de los países que aspiran a echar sus zarpas sobre el Perú se ha mostrado muy prudente en todo este proceso y ha delegado en el boliviano Evo Morales hacer los elogios fraternales del “hermano peruanito” que aspiran a teledirigir en el futuro, aunque sea mediante fraudes y manipulaciones donde no pudieron llegar los personeros de Keiko Fujimori: hay abundantes testimonios, en la sierra y la selva, de que fueron intimidados o expulsados de las mesas a las que estaban convocados. Pero, tal vez, se apresuraron aquellos regímenes a cantar victoria. Nada está decidido todavía en el Perú y el ejemplo de Lourdes Flores y de Óscar Urviola así lo muestran.
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