Por Alberto Benegas Lynch (h)
A raíz del triunfo electoral del comunismo en Perú –si, dije comunismo-, donde el candidato triunfante anuncia que las primeras medidas serán el cierre de un canal televisivo independiente y la detención de dos periodistas opositores basado en quien inspira al flamante presidente: Vladimir Cerrón, el izquierdista radical entrenado en Cuba y así es como que, por ejemplo, uno de sus lugartenientes en la lista de Castillo, Guillermo Bermejo procesado por terrorista, ahora juró como diputado al grito de “viva la patria socialista”. Todo esto en medio de una campaña para apaciguar al tontanje con dichos que apuntan a calmar para ganar tiempo. Y anteriormente tantos otros episodios truculentos en la historia donde el espíritu totalitario se impuso por mayorías o primeras minorías, tal como ocurrió con los nazis en Alemania, por lo que es del caso tomar distancia y meditar sobre el asunto.
Según todas las consideraciones de los maestros del constitucionalismo, el aspecto medular de la democracia consiste en el respeto por los inviolables derechos de las personas que son anteriores y superiores a los gobiernos los cuales se establecen al efecto de proteger y garantizar esos derechos. Por su parte, el aspecto secundario, formal y mecánico de la democracia se refiere al procedimiento electoral. Sin embargo, hoy observamos que se han revertido las prioridades y lo secundario no sólo ha mutado en lo principal sino que ha eliminado este último aspecto.
Como es sabido, la alternativa a la democracia es la dictadura pero en nuestro mundo moderno resulta que lo uno se ha convertido en lo otro, no vía un golpe militar sino vía el proceso electoral. ¿Tiene sentido que la mayoría o la primera minoría extermine al resto? ¿Es aceptable que nos embarquemos en aquella caricaturización en el que dos lobos y un cordero deciden por mayoría que almorzarán? Entonces lo que en verdad ocurre en nuestro mundo es el abandono de la democracia para que irrumpa en su lugar la cleptocracia, es decir, el gobierno de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. Es imperioso entonces proponer límites al poder político desbocado antes de convertir al globo terráqueo en un inmenso Gulag en nombre de una democracia pervertida.
En esta nota periodística sugerimos algunos de esos límites que si no se comparten deben trabajarse las neuronas y proponer otros caminos tendientes al mismo fin, pero no quedarse de brazos cruzados esperando la próxima elección pues de ese modo el despeñadero es seguro.
Antes de pasar a esas posibles medidas para retornar la democracia y abandonar la ruleta rusa, es pertinente recordar algunos pensamientos de prominentes intelectuales sobre la materia puesto que desde la Carta Magna de 1215 en adelante el constitucionalismo en el contexto democrático-republicano significa vallas al abuso del poder y no cheques en blanco para que el monopolio de la fuerza haga lo que le plazca con las vidas y haciendas ajenas en base a nociones corruptas del derecho como la facultad de disponer del fruto del trabajo ajeno.
Para evitar el suicido colectivo es necesario prestar debida atención a unos pocos pensadores de fuste de todos los tiempos, antes de proceder a las propuestas para frenar la avalancha totalitaria con el grotesco disfraz de la democracia. De más está decir, nunca cercenar el debate de ideas que resulta indispensable para el conocimiento. Se trata de abrir cauce a todas las ideas para lo cual es menester preservar en el sistema político la discusión en cualquier dirección posible.
En esta línea argumental, Cicerón mantiene que “El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre del pueblo”. Benjamin Constant afirma que “Los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que viole estos derechos se hace ilegítima”. Herbert Spencer apunta que “La gran superstición política del pasado era el derecho divino de los reyes. La gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos”. Bertrand de Jouvenel al subrayar que la soberanía se concreta en los derechos imprescriptibles de cada cual, declara que, en cambio, “la soberanía del pueblo no es, pues, más que una ficción y es una ficción que a la larga no puede ser más que destructora de las libertades individuales”.
Giovanni Sartori nos explica que “cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte a un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría, se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de mayoría y minoría.” En este contexto, Friedrich Hayek advierte que “Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, no estoy dispuesto a llamarme demócrata”. Y por último solo para circunscribir nuestra atención en algunas de las enseñanzas más destacadas en vista del espacio disponible en una columna periodística, Juan González Calderón ha señalado que “los demócratas de los números ni de números entiendes puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50%+1%=100% y 50%-1%=0%”.
En muchas oportunidades, frente a la amenaza de lo dicho se han sugerido calificaciones del voto al sostener que al aludir a una manifestación cultural quienes no tienen una mínima educación no pueden ejercer el derecho al voto que se interpretaba estaba reservado para aquellos que podían discernir acerca de lo que estaban haciendo. Esta propuesta no da en el blanco puesto que el tema no radica en la educación formal recibida ya que, de hecho, hay quienes poseen grados universitarios máximos y son corruptos y por ende ignorantes de valores del respeto recíproco mientras que otros no han asistido al colegio primario y sin embargo proceden de acuerdo a normas civilizadas de conducta. Lo mismo puede decirse respecto de las reiteradas sugerencias en cuanto a la limitación del derecho al voto a aquellos que poseen determinado patrimonio con el argumento que los que no los poseen no tendrán interés en preservarlo, sin percatarse que hay millonarios que son ladrones debido a las explotaciones miserables del prójimo en base a privilegios otorgados por el poder de turno, mientras personas de condición muy modesta proceden de modo decente, lo cual revela que el tema no es patrimonial sino de reserva moral.
Ahora bien, se han lanzado al ruedo diversas propuestas de diversa naturaleza que apuntan a poner límites al poder. Por ejemplo, el antes mencionado Hayek esboza medidas para el Poder Legislativo como la no reelección y las funciones de ambas cámaras en un sistema federal a lo cual se han agregado sugerencias en cuanto a imitar lo que viene sucediendo en algunos estados en Estados Unidos respecto a que los legisladores operen tiempo parcial. Esto último tendría un efecto bifronte, por una parte evitaría el peligro de la sobrelegislación y, por otra, obliga a los legisladores a trabajar en el sector privado con lo que tendería a evitarse el riesgo de convertir la política en un negocio.
En cuando al Poder Judicial, Bruno Leoni ha insistido en la necesidad de abrir las posibilidades de árbitros privados sin ninguna regulación ni limitación de ninguna naturaleza, incluso que no se requiera la condición de abogado lo cual abriría la posibilidad de concebir el derecho en un contexto evolutivo alejado de concepciones de ingeniería social o diseño en un proceso competitivo de fallos judiciales.
También se ha propuesto explorar un pasaje poco conocido de la obra más difundida de Montesquieu y aplicarla al Poder Ejecutivo en el sentido de incorporar la idea que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” tal como ocurría en las repúblicas de Florencia y Venecia en línea argumental con lo consignado por Karl Popper en su crítica a la idea de Platón del “filósofo rey” en lugar de centrar la atención en instituciones fuertes “para que el gobierno haga el menor daño posible” poniendo de manifiesto que lo relevante no son los hombres sino los marcos institucionales. Con el sorteo, en vista que cualquiera eventualmente podría acceder al Ejecutivo los incentivos de la gente tenderían a operar en la dirección de proteger sus vidas, propiedades y libertades a través del fortalecimiento de las respectivas instituciones, y eso es precisamente lo que se requiere.
Por último, también se agrega a lo dicho la posibilidad de adoptar lo que tenía lugar en Dinamarca antes de 1933, a saber que los que son mantenidos financieramente por el gobierno, es decir, coactivamente por los vecinos, no puedan votar ya que el voto se traduce en la administración de los bienes públicos y no tiene sentido administrar el erario común por parte de aquellos que no pueden mantenerse a sí mismos, un derecho que es incorporado cuando esas personas procuran los fondos con el fruto de su trabajo para mantenerse.
Recientemente, hacia fines de la década del 70 y principios de los 80 hubo un gran debate en Estados Unidos entre diversos flancos académicos y políticos sobre lo que se conoció como “starve the beast” (hambrear a la bestia). Esto significó cortar recursos impositivos al gobierno (la bestia) al efecto que hambrearlo en la esperanza de que se reduzca el gasto público. Sin embargo, el aparato estatal siguió creciendo financiado con deuda gubernamental externa. Este debate que trascendió las fronteras estadounidenses, pone de relieve la necesidad de reformas institucionales del tipo de las señaladas para mantener en brete al Leviatán.
Si la democracia se convierte en su antónimo quedarán sin sustento los cimientos de la sociedad libre con lo que se barrerá con la noción del derecho de propiedad que comienza con la propia vida, la posibilidad de expresar pensamientos libremente y el uso y disposición de lo que pertenece a cada cual. La liquidación de la propiedad privada no sólo aniquila la dignidad de las personas sino que hace inviable la economía junto con el bienestar material ya que desaparecen los precios y la consiguiente contabilidad y evaluación de proyectos. Estamos jugando con fuego y naturalmente si seguimos por esta pendiente resultaremos quemados y a merced de los tiranos del momento.
En algunas constituciones como la estadounidense de 1787 y la argentina de 1853 se prefirió recurrir a la expresión república y no democracia en línea con principios inaugurados más acabadamente por Montesquieu para enfatizar aún más principios como la división horizontal de poderes, la transparencia de los actos de gobierno, la alternancia en el poder, la responsabilidad de rendir cuentas de los gobernantes ante los gobernados y la igualdad ante la ley. Este último principio es inescindible de la idea de Justicia puesto que no se trata de la igualdad ante la ley para ir todos a un campo de extermino sino de “dar a cada uno lo suyo” según la definición clásica de Ulpiano sobre la Justicia, y lo suyo remite al antedicho concepto de propiedad. Por eso es que Tucídides nos dice que Pericles al honrar a los muertos en las Guerras del Peloponeso enfatizó que “nuestro régimen político es la democracia y se llama así por los derechos que reconoce a todos los ciudadanos. Todos somos iguales ante la ley”. Por eso es que la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa, antes de la contrarrevolución de los jacobinos, consignó al encabezar esa declaración la igualdad de derechos ante la ley.
A contramano de esto -la visión suicida para las libertades individuales- remite principalmente a Rousseau, Fitche y Hegel. El primero subrayaba en El contrato social que había que dar rienda suelta a la voluntad general “para que el pueblo no se equivoque nunca”, el segundo en su Mensaje al pueblo alemán aseguró que “El Estado es el poder superior más allá de cualquier reclamo” y el tercero enfatizaba en La filosofía de la historia que “El Estado es la Idea Divina como existe en la tierra”.
Leo Tolstoy escribió en 1902 que “Cuando entre cien personas una manda sobre noventa y nueve, es injusto, es el despotismo; cuando diez mandan sobre noventa, también es injusto, es la oligarquía; pero cuando cincuenta y uno mandan sobre cuarenta y nueve resulta que es justo, ¡es la libertad! ¿Puede haber algo más cómico y manifiestamente absurdo en ese razonamiento? Sin embargo, este es el razonamiento que sirve de base a los reformadores de la estructura política.” Es que la teoría enseña desde tiempo inmemorial que el gobierno democrático no manda sobre el resto, sino que garantiza sus derechos y preserva sus autonomías individuales.
Por último, en los esfuerzos por domar al gobierno desorbitado se sugirió limitar el gasto estatal en un porcentaje del producto bruto como si el crecimiento de este último guarismo justificara expansiones en el abuso del poder y con otras medidas similares sin abordar el tema de fondo al efecto de promover incentivos institucionales fuertes para revertir la tendencia. En resumen, la discusión sobre mantener en brete al monopolio de la fuerza vía la genuina democracia es una tarea indispensable porque como sentenció Acton “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.