Por Álvaro Vargas Llosa
The Beacon - El Instituto Independiente
Nadie que esté remotamente familiarizado con cómo funcionan las cosas en Cuba puede sentir algo menos que asombro y admiración por los miles de cubanos que han salido a la calle -primero en San Antonio de los Baños y luego en muchas partes de la isla- para protestar contra la dictadura.
Hay pocos lugares en la tierra donde la regimentación y el control de la población sean más asfixiantes que en ese país de once millones de habitantes que ha estado gobernado con mano de hierro desde hace 62 años por los hermanos Castro y el Partido Comunista.
Cada barrio se encuentra estrechamente vigilado por los "Comités de Defensa de la Revolución" que se encargan de cortar de raíz cualquier intento de mostrar el descontento de la población. Que miles de cubanos, desesperados por las condiciones económicas y sociales que han venido padeciendo desde hace años, hayan podido salir a la calle en tan gran número vociferando consignas contra el régimen y clamando por libertad, habla de su extrema valentía y de un importante grado de disidencia entre los espías que se supone los controlan.
Así que, sí, esos manifestantes cubanos son héroes por mostrar al mundo lo que realmente piensan de la dictadura comunista y, ante la feroz represión desatada por Miguel Díaz-Canel, el presidente títere que responde a Raúl Castro, seguir manifestándose incluso cuando decenas de personas fueron golpeadas, arrestadas y enviadas a centros de detención donde están siendo torturadas. En muchos casos se desconoce el paradero de los detenidos.
Hace unos meses, durante el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, la jerarquía de la Revolución sufrió algunos cambios. Una parte de la comunidad internacional acogió con cierta esperanza el hecho de que Raúl Castro dejara su cargo de primer secretario del Partido Comunista en favor de Díaz-Canel y que se remodelara el buró político (dirigentes de la generación de Castro, como Ramón Machado Ventura y Ramón Valdés, fueron sustituidos por revolucionarios más jóvenes). Pero esos fueron cambios puramente cosméticos.
¿Qué mejor prueba que la respuesta de Díaz-Canel a las manifestaciones masivas? Ordenó a miles de matones que sirven en el ejército y la policía y en unidades paramilitares (incluidas las "brigadas de respuesta rápida") que desataran el infierno sobre el pueblo de Cuba, que no tenía más armas que su voz.
Cuba sigue siendo dirigida por Raúl Castro a través de sus compinches. Su antiguo yerno, el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, jefe de Gaesa, una red de empresas dirigida por los militares que controla el setenta por ciento de la economía de la isla, una figura clave durante bastante tiempo, se convirtió en miembro del buró político en abril. El hijo de Raúl Castro, el coronel Alejandro Castro Espín, que dirige varias agencias de espionaje, es otra figura clave. Díaz-Canel, un cuadro disciplinado, no es más que una figura en una estructura de poder en la que la familia Castro detenta las riendas.
Y no hay el más mínimo indicio de que el régimen esté dispuesto a iniciar una transición hacia la democracia liberal bajo el imperio de la ley.
De vez en cuando, dada la presión económica a la que está sometida desde el colapso de la economía de Venezuela (Cuba ha vivido de los subsidios venezolanos, que en un momento dado ascendieron al 12 por ciento del producto bruto interno de la isla, durante años), permite cierto grado de emprendimientos privados, pero nada que pueda crear una movilidad social ascendente y el surgimiento de una clase media potencialmente ansiosa de reformas políticas.
No es la primera vez que un gran número de cubanos muestra su rechazo al régimen comunista. Tradicionalmente, los Castro lidiaban con los críticos con una represión brutal y selectiva. Cuando esas protestas iban más allá de pequeños grupos de disidentes, el régimen ha lanzado oleadas de emigración a los Estados Unidos (por ejemplo, en 1980 y 1994), utilizando a los migrantes como arma política contra el enemigo y como válvula de escape para aliviar la presión.
Por el momento, Díaz-Canel, que achaca las protestas al "bloqueo" estadounidense (a pesar de que en realidad Cuba comercia con noventa países, entre ellos los Estados Unidos, su quinta fuente de importaciones), está empleando una represión brutal. No debería sorprendernos que el siguiente paso sea abrir las puertas a miles de migrantes que se dirigen al norte.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
El autor es Asociado Senior en el Independent Institute. Entre sus libros en el Instituto se encuentran Global Crossings, Liberty for Latin America y The Che Guevara Myth.