Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
Las manifestaciones contra el régimen castrista que ocurrieron en varias ciudades y pueblos de Cuba los días 11 y, más diluidas, el 12 de julio, no acabarán con la Revolución cubana, pero sí constituyen un avance considerable sobre su deterioro y final destitución. Luego de 62 años de progresivo empobrecimiento, el pueblo cubano, estimulado por el caos en que se encuentra la isla, sin alimentos, con la incertidumbre del coronavirus y el deterioro de todas las instituciones, sin trabajo y escasez de vacunas y alimentos, ha perdido el miedo. Aunque la represión, de la que dan cuenta puntual las crónicas de los corresponsales, entre ellos las del periodista Mauricio Vicent de EL PAÍS, como es lógico se irá incrementando en los días, semanas y meses siguientes, es probable que Cuba se vaya convirtiendo en la típica dictadura militar latinoamericana, o, toquemos madera para que así sea, en una democracia, como ha ocurrido con las repúblicas satélites de la Unión Soviética, luego de la desintegración del imperio que fundaron Lenin y Stalin.