Por Roberto Cachanosky
Salvo los economistas del Gobierno y quienes lo siguen creen que puede continuar aplicando el impuesto inflacionario eternamente con su poder de señoreaje (beneficio que percibía la autoridad de las casas de moneda por acuñar una pieza cuyo valor intrínseco era menor al nominal. En la actualidad representa el hecho de que el derecho a “producir” dinero puede constituir para el emisor una fuente de ingresos) y no advierten la huida del peso por la sociedad en su conjunto, el resto sabe que algo hay que hacer al respecto.
¿Cuáles son las opciones para volver a tener un sistema monetario?
Juntos por el Cambio parece inclinarse por cambiar la Carta Orgánica del BCRA, que es una ley, y establecer una verdadera independencia del BCRA para que se concentre en su rol primario “defender el valor del peso”.
Considerando el destrozo monetario al que ha sido sometida la Argentina y, en particular, a la escasa inclinación que tienen los políticos por respetar las leyes que ellos dictan, esta alternativa luce muy poco viable. En última instancia, la propuesta de esta alianza política de varios partidos parece olvidar que en la Argentina la misma dirigencia política sancionó primero la Ley de Convertibilidad y luego la derogó sin más. Y que esa misma dirigencia sancionó la pomposa Ley de intangibilidad de los depósitos y a los pocos meses establecía un corralito y luego dispuso la pesificación de los depósitos en dólares.
No hay que olvidarse que desde siempre los sistemas monetarios del mundo están basados en la confianza que la gente tiene en las instituciones jurídicas, políticas y económicas del país emisor. Hasta que en Argentina esas instituciones vuelvan a recuperar prestigio y el crédito de la sociedad, va a pasar mucho tiempo y, por lo tanto, luce poco realista pensar en que un simple cambio de la Carta Orgánica del BCRA vaya a despertar confianza en el peso como moneda en el estricto sentido de la palabra (unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor).
Es más, ya cuando estaba en funcionamiento la convertibilidad, los depósitos del sector privado en el sistema financiero en dólares representaban entre 50% y 70 del total. En otras palabras, aun con convertibilidad la gente seguía prefiriendo el dólar. El peso era un simple recibo de los dólares que el BCRA tenía en las reservas respaldando la base monetaria.
De manera que no luce como una verdadera solución cambiar la carta orgánica del BCRA para resolver el problema de la desconfianza en el peso, porque la gente no es que no cree en el Banco Central, no cree en que la dirigencia política vaya a cumplir con las leyes sanciona.
La otra opción es ir a una dolarización. Esta alternativa parece complicada hoy en día porque el BCRA no tiene prácticamente reservas propias líquidas. En el mejor de los casos, las netas se estiman en USD 7.000 millones en comparación con $7,6 billones que suman los pasivos a rescatar entre base monetaria, Leliq y Pases netos.
El primer problema es que el tipo de cambio de conversión superaría los $1.000 por dólar, cinco veces el promedio actual de la cotización de los dólares alternativos al oficial, con el riesgo de establecer un tipo de cambio arbitrario a la hora de dolarizar. Esto quiere decir que podría afectar el flujo de comercio exterior dependiendo si la paridad de referencia se fija muy alta o muy baja. Además, implicaría establecer otra moneda de curso forzoso, en este caso el dólar.
Funcionamiento de la mejor propuesta
No hace falta decir que “hay que dinamitar el BCRA”, eso está bien para el discurso de barricada y poco serio desde el punto de vista intelectual. Lo más conveniente, incluso desde el punto de vista político, es establecer esa competencia de monedas y dejar que la gente dolarice de hecho la economía. No habría argumento posible de parte de los defensores del curso forzoso del peso ante esta medida, porque sería la misma gente la que estaría dolarizando la economía.
Si el BCRA no produce una moneda de buena calidad, muere como una fábrica de hamburguesas que produce un producto de mala calidad que la gente no demanda. Sometiéndolo a la competencia, desaparece.
Por otro lado, la clave está en tener las cuentas del sector público en orden, aunque también es importante resaltar que, en última instancia, es más relevante el nivel de gasto público que el nivel de déficit fiscal. Es preferible un déficit fiscal de 2% de PBI con un gasto público del 15% del PBI, que equilibrio fiscal con un gasto público del 47% del PBI, porque la contrapartida de semejante injerencia del Estado es la presión impositiva, la emisión monetaria y el endeudamiento del sector público.
Adicionalmente a un sistema de competencia de monedas, se debería autorizar transacciones locales con transferencias de fondos en el exterior. Es decir, los argentinos tienen miles de millones de dólares depositados en el exterior en blanco y no piensan traerlos porque tienen miedo a que el Estado se los confisque. Esto hace que esos miles de millones de dólares financien el consumo y la inversión de los países desarrollados donde están atesorados en lugar de financiar la actividad económica interna. Es más relevante el nivel de gasto público que el nivel de déficit fiscal. Es preferible un déficit fiscal de 2% de PBI con un gasto público del 15% del PBI, que equilibrio fiscal con un gasto público del 47% del PBI, porque la contrapartida de semejante injerencia del Estado es la presión impositiva, la emisión (EFE)
¿Por qué no generalizar los pagos en el exterior con esos fondos por operaciones que se hagan localmente? Juan le compra el auto a José y le paga de su cuenta en Nueva York a la cuenta de José en Nueva York, Miami o donde tenga la cuenta. Esto permitiría utilizar recursos enormes para movilizar la economía interna en forma inmediata sin que los dueños de esos recursos asuman el riesgo de traer su dinero a la Argentina.
En síntesis, tal vez hoy más que dolarizar habría que establecer una competencia de monedas que terminaría en una dolarización de hecho llevada a cabo por la misma gente.
Hay que tener presente que ninguna reforma monetaria resolverá los problemas estructurales de la economía argentina. Para eso se necesita encarar profundas reformas del Estado; Impositiva; y Laboral; y también desregular la economía y volver a la integración de la economía al mundo.
Así como un acuerdo con el FMI o el acceso al financiamiento del mercado voluntario de deuda tampoco son sustitutos de las reformas estructurales mencionadas. Son solo los pilares en que debiera apoyarse un plan económico que habrá que aplicar en forma integral y de manera simultánea. Esto es lo que realmente se llama política de shock. Generar un shock de confianza con mediadas estructurales y consistentes.