El Nacional, Caracas
En la Venezuela de 2021 es difícil explicar que seguimos atravesando unas de las peores crisis humanitarias y políticas de la región. La razón es que la escasez de productos; las colas para comprar productos regulados; las muertes por desnutrición que veíamos entre los años 2015 y 2017 no están presentes en 2021, al menos no de forma tan evidente.
La Venezuela de 2021 es promocionada por influencers, tanto nacionales como extranjeros, como un país en proceso de recuperación; con espacios envidiables como Canaima y la isla de Margarita. En Caracas no han parado de abrir locales comerciales de distintos rubros desde el año 2020. Si, incluso el año de la pandemia y este 2021, parecen ser los años más prósperos para el área de comercio y servicios.
Hace unos dos años, cuando este fenómeno estaba iniciando me atreví a exponer mis reflexiones en Twitter. Señalaba que existía una pequeña “burbuja económica” resultado en parte del lavado de dólares de fuentes ilícitas, principalmente narcotráfico. Esto último, se quiera o no, duela o no, beneficiaba a las pocas (pero todavía resistentes) actividades económicas lícitas que existían.
Esa “burbuja económica” no solo se mantuvo sino que creció. En mis reflexiones de 2019 no incluí otros múltiples factores que explican esta falsa percepción de recuperación. Las remesas, las medidas del gobierno de los Estados Unidos de América, la flexibilización del régimen cambiario y del control de precios, también han contribuido. Pero todo intento por establecer las causas de lo que vivimos actualmente inevitablemente luciría simplista, porque se trata de una situación compleja con múltiples factores, no todos a la vista, que se viene gestando desde hace dos décadas.
Lo cierto es que lo que vivimos actualmente es coyuntural porque no es resultado de cambios estructurales ni de verdadera inversión. Lo que actualmente vivimos no ha significado bienestar ni mejoría en la calidad de vida de una gran mayoría. Seguimos atravesando una profunda crisis humanitaria que afectará a generaciones futuras y que espero, en el tiempo que sea, que no quede impune y que el día de mañana se establezcan las responsabilidades por los crímenes de lesa humanidad cometidos.
Ahora bien, no sé si la burbuja económica nos estallará en la cara o lentamente nos iremos convirtiendo en una China caribeña con nuestra propia idiosincrasia. Pero lo que realmente me preocupa es el efecto psicológico en los integrantes de una sociedad que viven bajo esta falsa percepción y constantemente bombardeados a través de las redes sociales y del entorno de estímulos que indican que «estamos progresando».
Lo veo desde lo macro con el mensaje político exactamente igual al 2006, como si las muertes en las manifestaciones de años anteriores (2012, 2014 y especialmente 2017) no hubiesen ocurrido; en la repetición de mensajes como «si no votas hoy, no te quejes el día de mañana; en fin, en hacer del voto un fetiche y de la abstención un chivo expiatorio. Hasta lo micro cuando visitas los nuevos locales comerciales o tiendas de decoración y no ves alma, carácter o personalidad. Todo es absolutamente igual e incluso forzado.
Con esto último lo que quiero significar es que poco a poco fue permeando esa falsa percepción de bienestar junto con el desgaste emocional y psicológico de adversar al régimen, que nos hemos inventado un país que no existe, y así como teníamos como preocupación que la oposición no terminara conviviendo con el régimen, lo cierto es que nosotros mismos terminamos conviviendo con él al decidir vivir dentro de la Matrix que este régimen creó.
Me incluyo, y no deja de doler hacerlo. Pero también creo que los pocos momentos de consciencia que tenemos debemos exponer lo que realmente vivimos, esto es, una dictadura desde hace más de dos décadas, que de vez en cuando decide darnos comodidades para vivir como ahora o castigarnos por oponernos a ella como en 2014 o 2017.
La autora es Doctora en Derecho de la Universidad Central de Venezuela y Directora del Comité de Derecho de Propiedad de Cedice Libertad.