Aunque el origen de la filosofía de la ciencia de Gustavo Bueno está en el ámbito de las ciencias físicas, sus discípulos son feraces escritores en el de las ciencias sociales, con obras notables como El mito del capitalismo. El asidero del cierre categorial con el estudio de la sociedad es la historia. Para elaborarla, un camino es el que podríamos llamar metodología, que es la elaboración de un apero de instrumentos adecuados para la recuperación del pasado del hombre, y otro es la construcción de una filosofía de la historia. Podríamos definirla como el intento de ver en el transcurso de la humanidad o bien un sentido último, o bien un mecanismo que explique los grandes movimientos históricos. La metodología y la filosofía de la historia no son incompatibles.
Un ejemplo de filosofía de la historia es la del ciclo histórico. Tucídides, Polibio o Vico quisieron observar cómo la experiencia del hombre vuelve sobre pasos ya marcados, a pesar de la dirección unívoca del tiempo. El cristianismo introdujo tanto la idea de progreso en la historia, como la de providencialismo, dos nuevas filosofías del pasado humano. La Ilustración secularizó y renovó la idea de progreso. El idealismo, con J.G. Fichte y G.W. Hegel, concibió un método dialéctico para otorgar sentido a la historia. Karl Marx asume el método dialéctico, y le otorga una base materialista.
La dialéctica de la lucha de clases es útil para obtener plazas en las Universidades, pero no para explicarse la historia. Quizás sea este el motivo de que Gustavo Bueno la haya abandonado. Pero Bueno se aferra a la dialéctica como si fuera un método científico, y al concepto de motor de la Historia, y armado con estos dos errores, llega a un tercero que es el de la dialéctica de Estados como substituto de la de la lucha de clases.
Es importante resaltar que, aunque el materialismo de Gustavo Bueno, tal como yo lo entiendo, es más elaborado que el de Marx. Creo que debemos sumarnos a las palabras de Carlos Valverde: “Marx no se interesa para nada por la materia como es en sí, como Naturaleza, como una realidad independiente del hombre, sino que la ve siempre en función y dependencia del hombre. Para Marx, el hombre es la realidad radical, el eje y el centro de todo su interés”. Es más, “la materia no humana sólo está considerada como el término intencional, al que se dirige el hombre mediante el trabajo para saciar sus necesidades naturales, y así realizarse (…). Por lo tanto, la Naturaleza se presenta siempre mediatizada por la praxis histórico-social; es la Historia (y en la base de ella su infraestructura dominante, la Economía), la única realidad radical” (1). En definitiva, la naturaleza está en función de la historia, y ésta en función de la economía.
Sobre esa base, Marx elabora una dialéctica de clases sociales. Gustavo Bueno observa que los Estados responden a la misma lógica de apropiación de los recursos naturales, de dominio de una clase extractiva sobre otras: “El enfrentamiento entre los Estados, según esto, habría de ser ya considerado (aunque el materialismo histórico tradicional no lo haya hecho así) como un momento de la misma dialéctica determinada por la apropiación de los medios de producción (originariamente el territorio, sus recursos mineros, sus aguas, su energía fósil…) por un grupo o sociedad de hombres, excluyendo a otras sociedades o grupos congéneres”. El “marxismo vulgar” se ha limitado al arado romano de la lucha de clases, y Bueno tiene una cosechadora para hacer más feraz el terreno de la historia.
Toda esta excursión nos sirve para decir que Luis Carlos Martín se suma a la dialéctica de Estados, pero hace algo más que me parece especialmente interesante. No son sólo las luchas de clases o los Estados, sino las categorías históricas las que basan todo el edificio de Martín. Así, dice en la página 65: “Llamaremos teoría de la esencia de la moneda a los modos en que se constituyen un tipo de relaciones cuyo campo de términos y operaciones adquieren un ‘cierre’ categorial económico, y cuya potencia ampliativa supone conflictos propios de la dialéctica histórico-política”.
Martín crea una nueva teoría de la economía, vamos a llamarla así por el momento, desde las categorías históricas. De ahí la importancia de la etimología de las palabras. Luis Carlos Martín, y esto es común a otros discípulos de Bueno, se apoya en la etimología de las palabras. Me parece un recurso muy interesante. La propia escuela ha creado un rico apero de palabras que le permiten acuñar conceptos nuevos con precisión. Pero las palabras son viajeras en el tiempo, y la realidad que denotan cambia con los siglos. Por más que me interese la etimología, su utilidad en este contexto no puede ser más que relativa.
Es un método, quizás una filosofía de la historia, muy inseguro. Hay al menos dos motivos para ello. El primero es que con el mismo término, por ejemplo “dinero”, nos referimos a realidades económicas muy complejas y que además cambian con el tiempo.
El segundo es que Martín utiliza esas categorías para oponerlas entre sí, como si hacerlo tuviera algo que ver con la realidad histórica, y no todo con el prejuicio de la dialéctica.
Luis Carlos Martín vuelve a la escuela histórica alemana, a crear economía desde la historia, aunque desde unos presupuestos menos ingenuos; mucho más sólidos. Lo veremos en el próximo artículo, cuando le hagamos hablar de dinero y moneda, mercado y comercio.
(1) Carlos Valverde. El materialismo dialéctico. El pensamiento de Marx y Engels. Espasa-Calpe, Madrid, 1979. p 93.