En las últimas décadas, muchos políticos –y economistas que avalan académicamente sus discursos-, se han empeñado en sostener que la inflación es el aumento de los precios. Ello es muy conveniente, pues permite echarle la culpa a alguien más que al propio gobierno por sus nefastas consecuencias (por ejemplo a los comerciantes que “suben” los precios, a los “especuladores”, a las variaciones del comercio internacional, etc.).
Sin embargo, la teoría económica más ortodoxa ha explicado desde siempre que la inflación es el aumento en la cantidad de dinero circulante en relación con los bienes disponibles. El aumento de los precios es una consecuencia de la inflación, al igual que la fiebre es una consecuencia de la infección. Son efectos, no causas; y el único ente capaz de generar inflación es el gobierno, al emitir moneda sin respaldo.
Pensando en esta distorsión del concepto, se me ocurrió consultar el diccionario de la Real Academia Española para ver cómo la define. Esto lo hice con cierto recelo ideológico, basado en el rechazo de que exista una autoridad política del lenguaje.
Ya en el siglo XVIII, los autores morales escoceses explicaban que las mayor parte de las instituciones sociales son el producto de una evolución espontánea que, si bien requiere de la participación humana, no son organizadas o diseñadas por ninguna autoridad o director. Adam Ferguson lo decía con estas palabras: “Las naciones tropiezan con instituciones que ciertamente son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución del designio humano”. Es bueno recordar que tanto Ferguson como Adam Smith ubicaban entre estas instituciones que crecían espontáneamente, al derecho, el mercado, la moneda y el lenguaje.
Por eso probablemente el idioma inglés no tiene, como el castellano, una autoridad que se arrogue el monopolio de determinar el significado de las palabras que las personas utilizan. Al igual que en el mercado, existe una “mano invisible” que termina consensuando el significado de los términos entre los distintos diccionarios, sin que medie imposición de autoridad alguna.
Consulté en la página web de la Real Academia Española cuál es el significado de la palabra “inflación” en su acepción económica en la actualidad, y me encontré con esta definición: “Econ. Elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país”.
Desalentado por esta diferencia entre la acepción “oficial” del término y su significado real, decidí consultar a la vigésima edición del mismo diccionario, del año 1984, y me encontré con que la Real Academia Española definía a la inflación de este modo hace veinte años: “Econ. Exceso de moneda circulante en relación con su cobertura, lo que desencadena un alza general de precios”.
Advertí entonces que los conceptos vienen siendo cambiados por la autoridad del lenguaje, del mismo modo que ocurría con el decálogo de la “animalidad” en la granja o con la neo-lengua de 1984, descriptos por Orwell.
Esta decisión del “dictador de la lengua”, resulta curiosamente operativa para los dictadores de la moneda, del mercado y del derecho, para usar los ejemplos traídos por Ferguson hace más de dos siglos.
El nuevo concepto impuesto arbitrariamente justifica que los gobernantes, como “dictadores monetarios”, sigan emitiendo moneda sin pudor, desligando este proceso de sus consecuencias inflacionarias; permite echarle la culpa del aumento de los precios a los comerciantes y por lo tanto intervenir como “dictador del mercado”, imponiendo “precios sugeridos”, cerrando la exportación de productos, etc., y como “dictador de la ley”, amenazando con la cárcel a quienes no acaten sus regulaciones, como ocurre con la ley de Abastecimiento en Argentina.
El punto de partida de todo ello es torcerle el sentido a las palabras, distorsionar los conceptos, y de ese modo evitar una discusión razonable sobre la realidad.
Pero como decía Francis Bacon, “la realidad, para ser comandada, debe ser obedecida”. Distorsionarla, sólo puede conducir al caos general, incluso para quienes piensan que el engaño es una forma aceptable de gobierno.
La causa de la inflación seguirá siendo el aumento de la emisión monetaria, aunque filólogos y políticos pretendan disponer otra cosa.