La lectura del clásico de Edmund Silberner, La guerra en el pensamiento económico, es siempre una lectura muy interesante, especialmente por el tratamiento que hacen los clásicos liberales del comercio entre potencias en guerra entre sí. En su momento me desconcertó mucho el hecho de que algunos de ellos recomendasen no interrumpir el comercio incluso en situación de conflicto. Decían que impedir tal comercio implicaría tener que recurrir a alternativas peores o más caras debilitando el propio esfuerzo de guerra y generando aún más sufrimiento a la población. Esto puede parecer a primera vista extraño, pero una vez visto con calma no deja de tener su lógica y viene muy a cuento en relación al debate que se está manteniendo sobre si se debe o no interrumpir el comercio de las potencias occidentales con Rusia.
Se dice que estamos pagando un cheque a Putin todos los meses a cuenta del gas y petróleo que suministra a la Unión Europea y que sería conveniente imponerle sanciones, que consistirían en el cese de las relaciones comerciales con tal potencia agresora o la exclusión del sistema bancario. Esta afirmación es cierta, pero no lo es menos que Rusia está vendiendo combustible a quien arma a su enemigo y que de no hacerlo los países occidentales también sufrirían, primero por no disponer de carburante para alimentar sus máquinas y sistemas de calefacción y segundo por tener que adquirirlos después mucho más caros en otras localizaciones. De buena gana dejarían de vender, pero tampoco pueden. Si quisieran vender su petróleo en otro sitio tendrían que hacerlo con sustanciales descuentos, como están ahora haciendo con la India, que aprovecha la ocasión para negociar con ventaja sus suministros. Esto es porque como decían los viejos liberales cuando hay un intercambio es porque ambas partes ganan y cualquier otra alternativa es peor, aún en caso de conflicto bélico.
El hecho de que ambos sigan comerciando a regañadientes prueba lo fútil de la guerra y reafirma las teorías de Angell. Además, deja abiertas algunas vías de negociación permitiendo mantener lazos para cuando los rusos derrotados quieran volver al escenario mundial y mitiga algo, aunque por desgracia poco, el encono de los rivales. Es más, obliga a tomar medidas que en otras situaciones no se darían, como el parcial abandono occidental de sus programas de transición energética o la sorprendente vuelta al oro de la economía rusa, a iniciativa de su banquera central. Sé bien que la rabia nos mueve a desear lo peor al enemigo, que en este caso tengo bien claro quién es, pero las duras leyes de la economía ponen a cada uno en su sitio e incluso obligan al cruel Putin a no cesar en sus suministros. Conociendo la lógica de los estados no es de extrañar que una vez terminado el conflicto se volviese a negociar con él y a integrarlo de nuevo en todos esos grupos como el G20 en los que nadie con algo que aportar es excluido. Ya se ve con China y se ha visto antes en otros casos.
También me ha llamado la atención los análisis de numerosos especialistas militares, muchos de ellos militares de alta graduación retirados, en lo que se refiere al desarrollo del conflicto. En un principio parecían desdeñar la capacidad de defensa ucraniana y daban por hecho que el muy superior ejército convencional ruso daría buena cuenta en poco tiempo de los ucranianos. Es normal, porque muchos de hechos han servido en ejércitos estatales convencionales y sólo se centraron en la fuerza relativa de cada uno de ellos. Parecen ignorar la existencia de formas de combate no convencionales y la importancia de la resistencia popular. Simplemente compararon el número de soldados y la cantidad y calidad del armamento de cada uno de los contendientes.
Están acostumbrados a ejércitos estatales burocratizados, con sus rangos y armas bien establecidos y no pueden ni siquiera imaginar el potencial de formas de guerra descentralizadas, en combinación o no con ejércitos regulares. Tampoco la industria militar o el establishment intelectual asociado a las fuerzas armadas estatales parece compartir la necesidad de innovar en armamentos más adecuados o en formas de organización en las cuales los staffs de estado mayor jueguen un papel menor.
Van Creveld, como expusimos en el artículo anterior, expuso hace algunos años la necesidad de adoptar armamentos baratos y versátiles antes que armamentos caros y tecnológicamente desarrollados, algo que no creo que a los complejos militar-industriales de nuestros países les guste mucho. También incidía en la necesidad de involucrar a la población civil en la defensa del territorio, de tal forma que se haga muy difícil y costoso la ocupación del territorio por una potencia enemiga. También parecen compartir cierta admiración por el ejército ruso, que no parece ser más que el viejo ejército soviético, reformado en parte, pero conservando buena parte de sus estructuras y rutinas de funcionamiento. Es normal que así lo hagan pues buena parte de su formación y de su ejercicio profesional se centró, al menos teóricamente, en confrontar tal tipo de fuerza. No podían pensar que todos sus esfuerzos se centraban en resistir y combatir a un tigre de papel, como se está viendo.
Recuerdo, hace años, conversar con un economista austríaco centroeuropeo al respecto, y cómo este me informaba de que el antes temido ejército rojo no tendría la capacidad de librar una guerra convencional contra las desarrolladas democracias occidentales. Aplicando a los ejércitos comunistas el viejo principio de la imposibilidad del cálculo económico en una economía socialista, afirmaba que su falta de coordinación derivada de lo que no dejaba de ser una organización armada planificada centralmente y que por tanto una operación militar de este tipo estaba condenada al fracaso por su propia ineficiencia.
Fue Rothbard quien primero desarrolló la cuestión del cálculo económico dentro de las organizaciones, que después fue desarrollado por otros economistas austríacos como Klein o Foss. Estos economistas advierten que en ausencia de precios de mercado tampoco es posible organizar de forma racional una organización más allá de un determinado tamaño.
Es más, según esta teoría cuanto más grande es la organización peor calcula y además existiría un tope más allá del cual la organización no es viable económicamente. Al ejército ruso le sucede algo semejante. Es una enorme mole de centenares de miles de soldados y miles de oficiales y generales (ahora algunos menos) dirigidos de forma centralizada desde la presidencia de la Federación Rusa.
El presidente Putin y su estado mayor por mucha capacidad que tengan no pueden tener toda la información necesaria para dirigir todas las operaciones, esto es decidir cuantos soldados mandar, de que clase hacerlo (profesionales, reclutas, mercenarios, tropas de élite) y cuál es el número de bajas tolerable para garantizar el adecuado desempeño. Tampoco sabe con exactitud a dónde mandarlos. Esto es, determinar de forma correcta cuáles son los objetivos militares a conseguir y durante cuánto tiempo. Tampoco cuenta con la información precisa del tipo de material que debe ser asignado a cada operación y que coste económico puede ser soportado.
Por último y a diferencia de un sistema socialista de planificación social puro aquí si existe competencia. Digo esto porque supuestamente en un sistema socialista puro los planificadores toman las decisiones y la población y la industria simplemente acata el plan, idealmente sin resistencia, aunque de hecho las haya. La guerra es un juego estratégico en el que la otra parte también juega. Tampoco en un sistema de este tipo contamos con buena información en relación con los recursos del enemigo: su voluntad de resistencia, sin conocimiento de las tácticas y estrategias que estos van a seguir o los recursos que sus aliados le pudiesen suministrar.
Las consecuencias las estamos viendo. Ejércitos sin combustibles ni repuestos y tanques y camiones obsoletos abandonados por no adecuarse al terreno o por un deficiente mantenimiento. Tropas de reemplazo sin experiencia en batalla asignadas a conquistar objetivos bien defendidos y asignados en número insuficiente en unos sitios y excesivo en otros. Excesiva ambición en los objetivos sin tener en cuenta el tipo de oposición que se podrían encontrar en cada uno de ellos.
Todo ello sin contar con que la defensa se está realizando de forma híbrida, combinado ejércitos regulares con partisanos o batallones de choque paramilitares, que conocen mejor el terreno y están más motivados a la lucha que los invasores. La consecuencia es la que me predijo hace años este profesor, la derrota militar por pura incompetencia.
Si a esto se le suma que las guerras modernas se dan también en el marco de la opinión pública y la propaganda no es de extrañar de que también aquí fracasen los ejércitos al estilo del ruso. A pesar de las proclamas de desinformación rusa, que obviamente existen, quien mejor lleva a cabo este tipo de luchas son las sociedades comerciales, acostumbradas al uso eficaz de la publicidad y de darse el caso de la desinformación. RT o la cadena Sputnik son pobres aficionados al lado de nuestros poderosos y capitalistas medios de comunicación de masas, que puestos a la tarea desinforman mucho mejor de lo que pudiera hacerlo la mejor de las emisoras rusas. Por eso creo que fue un error prohibir la difusión de los medios de comunicación del Kremlin. Parece como si hubiese algo que temer en ellos cuando simplemente con dejarlos actuar reforzarían aún más las virtudes de la democracia. Poco pueden hacer los pobres en este terreno.
Por último, quisiera hacer una breve mención a los fallos de logística detectados en el ejército ruso, tanto de munición, y repuestos como de combustible. Las sociedades comerciales están acostumbradas a mover grandes cantidades de bienes a larga distancia. Las grandes empresas de distribución como Inditex o Amazon cuentan con una capacidad logística nunca vista en la historia para desplazar grandes cantidades de mercancías con rapidez y precisión. Pudo verse perfectamente cuando se trató de conseguir mascarillas, pues en cuanto se les dejo cierto margen de actuación estas fluyeron sin problemas a los mercados y a un precio asequible.
Estas capacidades logísticas con el tiempo son compartidas por gran número de empresas que se adaptan y aprenden las nuevas tecnologías de transporte y no es de extrañar que lleguen tarde o temprano a conocimiento de los expertos en logística de los ejércitos. Las sociedades con restos de economía planificada no cuentan aún con estas ventajas y siguen operando con sistemas planificados y centralizados de distribución, tanto en el comercio como en sus ejércitos. Las consecuencias se pueden ver en los desastres en materia de logística del ejército ruso. El viejo Boris Brutkus, contemporáneo de la revolución rusa, cuando describió el fracaso del comunismo de guerra una de las cosas que más le llamaron la atención es la descoordinación en materia de transportes y suministros que sufría la economía soviética. Creo que no han cambiado mucho y de ahí que no les pronostique un buen futuro en el ámbito militar en esta guerra. Pronto lo sabremos.