Por Carlos Rey
La Manaña, Montevideo
La economía no es sobre dinero, sino sobre cómo administrar recursos escasos, todos ellos, siendo el dinero solo uno (el más nombrado).
En efecto, piense el lector en algo tan sencillo como el tiempo, relaciónelo con la vida humana y concluya si el mismo es infinito o escaso y si su utilización permite hacer en su transcurso tantas cosas como desearíamos. Sea que lo midamos a través de las horas que tiene cada día o de los años que tenemos de vida, siempre llegaremos a algo que no pudimos hacer ante la necesaria toma de decisiones que se da en el día a día.
Eso es cierto porque se necesita dispensar de tiempo cuya elasticidad es limitada. En efecto, contrariamente a otros recursos, el tiempo no puede acumularse, ni ahorrarse, ni tomarse prestado.
Pensemos en el tráfico, sus reglas se encuentran diseñadas de alguna forma y buscando algún fin. ¿Cuál? La maximización (aprovechamiento) más completa del uso de la calzada y por tanto del tiempo de las personas que, en un momento determinado, están utilizándolo. Cada regla implica disminuir el tiempo global de los vehículos en la calle perdiendo el conjunto de ellos menos tiempo. Un ejemplo es la preferencia de la derecha en países que circulan por dicha mano y de la izquierda en países que circulan por la otra como Inglaterra y Japón. La resultante es la menor pérdida de tiempo en cada una de las intersecciones. Esto puede demostrarse, así como también las demás reglas.
Pero también piense en dinero
Pero también piense en dinero, en productividad de los recursos, en la rentabilidad de cada uno de los activos de la economía. Pues activos rentables generan mayor inversión y esta, a su turno, mayor trabajo. A la vez, mayor rentabilidad significa mayor retorno hacia la sociedad, retorno que en parte recaerá en el inversor, pero también en jornales, en impuestos que financiaran fines sociales, y en mayor competencia en los mercados de bienes lo que implica mayor poder de compra de todos los habitantes.
La economía está presente en todas las cosas de la vida, aun cuando no seamos conscientes de ello. Porque frente a cada cosa estamos tomando decisiones que tratan de administrar recursos, el tiempo, el dinero, la calzada, los afectos o cuanta cosa el lector imagine.
Y a partir de ella está presente la búsqueda de aquello que llamamos “utilidad” o sea una forma de medir la felicidad que nos aporta cada una de esas utilizaciones.
La economía, en consecuencia, trata de la búsqueda de la felicidad colectiva.
Una vuelta a los principios económicos debería regir las decisiones diarias, no ya de las personas, que en sí lo tienen claro, sino de los gobiernos; la búsqueda de eficiencia, productividad, rentabilidad de la inversión pública, la liberación de la fuerza creadora que el capitalismo implica.
No nos consta que esto sea así. Las inversiones públicas, para tomar un ejemplo, han sido signadas por intereses electorales más que por la búsqueda de rentabilidad, que como ya hemos visto implicaría una mayor felicidad colectiva. Es más, muchas veces, en lugar de resultar rentables, implican una contribución neta negativa en cuanto a que su costo de funcionamiento (empleados, etc.) son mayores al beneficio que implican. En consecuencia, se transforman en una carga para la sociedad.
Muchas de las inversiones de los tres últimos periodos de gobierno, pero también de otros y me animaría decir que del presente, caen dentro de posibles casos de esto. Los ejemplos huelgan pero casos como Antel Arena, Regasificadora, Refinería y Portland de Ancap y hasta la propia tan aplaudida instalación de fibra óptica para todos los hogares. Por cierto, ¿al lector no le llama la atención que Uruguay sea el primer país del mundo en llegar a todos los hogares con fibra óptica? ¿No se pregunta por qué países más ricos no lo han hecho? ¿No será porque no tiene sentido económico y aquí se hizo de cara a promover candidaturas políticas? ¿No podría razonarse así para tantas otras cosas incluida aquella torre de las comunicaciones construida entre 1997 y el 2000, sin evaluación económica alguna?
La presencia simultáneamente de regulaciones que distorsionan el uso de los recursos implican una perdida adicional. Podría nombrarse las referidas a la construcción; hasta hace poco, muchos sistemas constructivos se encontraban vedados de ser utilizados porque los organismos competentes no lo autorizaban. Recién meses atrás, se dispuso autorizar cosas tan claras como la construcción en madera, tan presente en el mundo y particularmente en los Estados Unidos. Parece mentira que cosas tan exitosas y difundidas en países del primer mundo no fueran hasta hace poco aquí de recibo, continuándose con las estructuras de mampostería tradicional, más caras y por tanto responsables de un enorme déficit de vivienda en un país de recursos escasos (Recordemos: “¡Es la economía, estúpido!” Clinton Dixit).
Es necesario a juicio de este analista un replanteo de la forma de tomar decisiones de gobierno, las políticas deben evaluarse y debe hacerse desde el punto de vista económico, es decir, considerando todos los efectos que tienen sobre la sociedad. El director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto dio una prueba de ello recientemente al opinar sobre el portland de ANCAP. Claramente dijo que la perdida contable era de un millón de dólares anuales para la empresa, pero la pérdida económica para el país era de 60 o 70 millones de dólares. Frente a eso, cualquier decisor comprenderá que el resultado es menor cantidad de viviendas y más costosa la construcción de cada una de ellas. Trasladado el argumento a los asentamientos, ¿cuántos más de ellos podrían erradicarse de no malgastar esos recursos? Eso es utilidad que no es maximizada, felicidad que no se logra, familias que siguen sumidas en la pobreza.
Otra cosa de interés es la eficiencia de la administración de las funciones de gobierno. Ver multiplicada la cantidad de personas para cada tarea, ausencia total de supervisión (¿quizás porque no sea políticamente correcta?), cuadrillas donde trabajan pocos y observan muchos; toda una serie de funciones que, cuando no innecesarias, son llevadas a cabo por un número excesivo de funcionarios. Desde inspectores de tránsito a policías, desde personal de limpieza a personal de construcción, y tantos otros ejemplos.
Volver a lo básico es volver al análisis económico para todas las políticas y más aún, para la ejecución de las cosas diarias que los gobiernos regentean.
Gobernar es difícil, nadie lo duda, pero más difícil aun cuando no se tienen presente que los recursos son limitados; no es pidiendo más fondos, que ya vimos que son finitos, sino maximizando su utilización.
“Es la economía, estúpido”
El autor es Ingeniero agrónomo y economista agrícola y fue Profesor Visitante en el Departamento de Economía de la San Jose State University de California.