Por Álvaro Vargas Llosa
(Publicado originalmente hace 11 años, el 2 de abril de 2012 con motivo del 30º aniversario del conflicto)
El 30º aniversario de la Guerra de Malvinas por la cual Londres reconquistó las islas después de una invasión argentina ha dado lugar a una abundante demagogia. Con una única excepción—el documento “Malvinas: Una visión alternativa” suscripto por un grupo de intelectuales, abogados y periodistas argentinos (quienes enfrentan una denuncia por traición a la patria).
Tras cuestionar a su gobierno por considerar las islas territorio “irredento” y recordándoles a sus compatriotas que aún tienen que reexaminar el firme apoyo que brindaron a la loca invasión del dictador Galtieri en 1982, solicitan algo razonable: la política argentina debería tratar a la población de Malvinas como sujetos de derecho con derecho a la autodeterminación en vez de procurar forzar sobre ellos una soberanía basada en la proximidad geográfica o la antigua historia colonial. Ellos no afirman no tener en cuenta que las Malvinas son argentinas. Sólo piden a su gobierno honrar los tratados de derechos humanos que fueron incorporados en su Constitución, respetando los derechos de aquellos habitantes y entablando un diálogo con ellos.
En una entrevista, uno de los signatarios, el periodista Jorge Lanata, autor de un documental sobre el archipiélago, puntualiza algo muy elemental: la agitación nacionalista procedente de Argentina sólo alejará al pueblo de las Islas Malvinas de Buenos Aires.
Esto no excusa al Reino Unido por su propia cuota de demagogia y agitación nacionalista. El reciente envío de un poderoso destructor trasladando al príncipe Guillermo y una tonelada de retórica belicosa a las Malvinas lució como la “argentinización” de la política británica. El gesto también parece estar destinado a contrarrestar la acusación de los críticos británicos que sostienen que los recortes de los gastos militares, que incluyen el desmantelamiento de los portaviones de Gran Bretaña que quedan y que dejará al país sin otros nuevos durante varios años, han dejado a las islas desguarnecidas.
El documento pertenece a la galante tradición argentina de Juan Bautista Alberdi, el escritor decimonónico de “El crimen de la guerra” (un tratado contra la guerra de la Triple Alianza) y otros textos liberales clásicos seminales. Pero su mayor mérito radica en el debate que ha abierto sobre el futuro de las islas.
El principio de la autodeterminación es un buen punto de partida. Es un principio, sin embargo, que puede ser utilizado para virtualmente cualquier cosa. Fue invocado, en su forma moderna, por el presidente Woodrow Wilson en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. Mientras que sirvió como una protección anti-imperialista para algunos, para otros significó la sustitución de una soberanía por otra impuesta por las grandes potencias—y por lo tanto un cambio de dueño, no de condición.
Recordarle a la gente que los habitantes de Malvinas son sujetos de derecho y que sus deseos importan es algo muy significativo. En este momento histórico, el principio tenderá a reforzar la posición británica, dado que la gran mayoría de los habitantes de las islas son de origen británico y temen un apoderamiento argentino. Sin embargo, la posición británica basada en la autodeterminación parece más un pretexto que una actitud principista, especialmente teniendo en cuenta el hecho de que la compañía petrolera Rockhopper afirma haber encontrado crudo recuperable (representando potencialmente medio millón de barriles por día). Si el Reino Unido cree firmemente en la autodeterminación del pueblo de Malvinas, debería transformar a las islas en una zona franca o territorio libre, incluso yendo más allá de lo que hicieron en Hong Kong cuando tenían el control. Deberían permitir no sólo la libertad comercial sin interferencias, sino también la libre inmigración (sin que el Estado británico tenga que cuidar de los inmigrantes, por supuesto).
Una consecuencia importante de la interminable disputa anglo-argentina sobre las Islas Malvinas ha sido el debilitamiento de la capacidad de los habitantes para ejercer una verdadera autodeterminación al acorralarlos en la dependencia material y psicológica del Estado británico. El prolongado boicot argentino que obstaculiza enormemente todo el comercio entre las islas y el continente sudamericano, y limita el contacto aéreo a un vuelo semanal de una empresa chilena, ha aislado a los habitantes de Malvinas, lo que refuerza su apego a Londres. Y la reciente decisión de los gobiernos sudamericanos de no permitir a los buques que enarbolen la bandera de las Malvinas anclar en sus puertos sólo contribuirá a limitar sus opciones. Para no mencionar el precedente de 1982, que se traduce en el temor permanente de una nueva invasión argentina (Descarto ese resultado: Cristina Kirchner nunca se arriesgará a perder el poder en una guerra imposible de ganar). Una persona que vive en el temor y el aislamiento es cualquier cosa menos libre de ejercer la autodeterminación. La autodeterminación presupone actuar en base a una voluntad libre de interferencias y que goza de los derechos de propiedad. Ambos se ven lesionados por la presión política y el boicot económico constantes.
Si el Reino Unido convirtiese a las Malvinas en una zona franca o territorio libre, la población iniciaría una marcha hacia la verdadera autodeterminación. Es cierto, tal vez en el largo plazo la población se enriquecería con gentes de otras nacionalidades y la lealtad a la bandera del Reino Unido se diluiría. O tal vez no. Dependería de cuán atractiva la zona franca fuese para los ciudadanos de otros lugares y lo cómodo que los descendientes de los habitantes actuales se sintiesen dentro de unos años con los acuerdos libres. Pero el proceso sería espontáneo y pacífico. Obligaría a Sudamérica a abandonar toda forma de boicot—ya que la población en evolución tal vez sería parcialmente de descendencia sudamericana, todas las restricciones a los habitantes de las Malvinas se tornarían un asunto interno para esos gobiernos.
Treinta años después de la guerra, el pequeño archipiélago en el Atlántico Sur ofrece la posibilidad de darle al principio de autodeterminación un significado real.
Traducido por Gabriel Gasave
Álvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute.