Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
Una vez más, ha habido incidentes en la frontera norteamericana, como cada vez que las autoridades de México levantan la prohibición y la masa de latinoamericanos avanza hacia Estados Unidos, que, con este motivo, suele ser reforzada por soldados armados. El episodio se repite constantemente y, lo más probable, en estos tiempos difíciles para América Latina, es que eso suceda con mucha frecuencia. Cientos de miles de latinoamericanos aspiran a trabajar en EE UU, pero carecen de visa de trabajo y, al paso que van las cosas, es muy probable que ese permiso no lo obtengan de inmediato porque el clima ya no es muy receptivo en los países hacia los cuales aquellos se quieren desplazar. Los problemas en la frontera se irán repitiendo cada vez más, ante buscadores de trabajo que serán más y más numerosos.
Hemos visto en la televisión, con pesar, a familias enteras que aspiran a superar esas fronteras. Y la verdad es que EE UU no puede recibir de golpe a todos quienes deseen vivir allí, porque hace ya mucho en este campo. Los cubanos, por ejemplo, tienen derecho a asilarse de manera preferente y a obtener un trabajo. Y lo mismo sucede con otros países que han sido sometidos a una intervención o a un régimen abusivo. Pero, lamentablemente, un país no puede abrir las puertas a inmigrantes sin limitación, por amplio que sea y muchos trabajos de que disponga, porque eso tiene consecuencias sociales y políticas traumáticas y genera tensiones. Los latinoamericanos que rodean estas fronteras corren el riesgo de verse frustrados y apartados de aquello que buscan.
¿Y qué buscan quienes quieren entrar a Estados Unidos a como dé lugar? Ante todo, una seguridad de la que carecen en sus propios países. Y luego, la posibilidad de tener un capital que permita educar a sus hijos en un buen colegio y, siempre que sea posible, en una buena universidad. Lo curioso es que muchos de los latinos que andan en estas fronteras votaron, en sus países, porque pasaran al Estado muchas propiedades privadas y se manifestaron de manera entusiasta cada vez que el Gobierno se apropiaba de bienes ajenos y se convertía en un Estado paternalista. A menudo votaron también por gobiernos cuyas políticas eran las mismas que antes y habían provocado inflación, desempleo y miseria. Hay en esto una contradicción de las muchas que caracterizan a América Latina. ¿Por qué ir a buscar a EE UU lo que rehúsan en su propio país? La incoherencia es flagrante y, desde luego, lamentable. Más fácil sería, en vista de las enormes dificultades que tienen para instalarse en los países desarrollados, que defendieran el modelo de propiedad privada e inversión privada en sus propios países, en lugar de detestar a estos y luego ir a buscarlos en penosas alambradas que los rechazan.
Este es uno de los muchos misterios que caracterizan a América Latina: la insistencia en apoyar, en una primera instancia, propuestas que los condenan a tener que emigrar a otro país para empezar de nuevo, sin la menor garantía de que puedan lograrlo. Sin los entusiasmos de las masas obreras y muchos trabajadores de clase media por el populismo, Latinoamérica no andaría tan mal como anda, es decir, repitiendo modelos que no han triunfado en parte alguna, y que, más bien, han precipitado a sus países en un fracaso económico monumental. Es el caso, sin ir muy lejos, de Venezuela, que era un país donde todos los latinoamericanos querían trabajar, porque las buenas nuevas estaban de su lado (llegó en una época a ser conocida como la “Venezuela saudí”), en tanto que hoy, luego de furibundas nacionalizaciones, el país se halla en ruinas y ha expulsado nada menos que a siete millones de venezolanos a los que no puede dar trabajo y que han ido a buscarlo a otros lugares. Cito a Venezuela porque es el caso más dramático, pero la verdad es que su mal ejemplo ha cundido hasta llegar nada menos que a Colombia, que solía ser un país bien orientado y que ahora, en manos de Gustavo Petro, va de mal en peor.
Esta paradoja, en la que los latinoamericanos buscan desesperadamente instalarse en países “superiores” porque allí tienen trabajo y disfrutan de la seguridad jurídica que impera, se repite una y otra vez desde tiempos inmemoriales. El problema, simplemente, no tiene solución mientras no corrijan la tendencia a votar por quienes los expulsan de sus países por las nefastas políticas que aplican. O la solución, en realidad, es muy simple y consiste en crear situaciones en las que los latinoamericanos no tengan que desplazarse porque los modelos que buscan los tendrían en la propia casa, si se atrevieran a aplicarlos. No es racional, por decir lo menos, que no apuesten, en sus propios hogares, por instalar aquello a lo que aspiran, lo que sería más coherente. Es decir, unas economías fundadas en el trabajo, el ahorro y la inversión, como en EE UU, por ejemplo, donde tantos latinos quisieran instalarse, porque allí sí tienen la seguridad de sus ingresos y un futuro más o menos garantizado. No es sensato que rechacen un modelo social yendo a buscarlo luego de un sinnúmero de sacrificios, pudiendo imitarlo. Mucho me temo, sin embargo, que esta contradicción seguirá llenando las fronteras de los países desarrollados de una manera creciente, porque el llamado “tercer mundo” fracasa, una y otra vez, a la hora de fijarse un rumbo. La verdad es que, ahora, el panorama es bastante desolador en América Latina, porque, con excepción del Uruguay, el Ecuador (donde, sin embargo, la izquierda cercana a Rafael Correa trata de destruir al Gobierno de Guillermo Lasso) y la República Dominicana, se ha optado por modelos sociales sin éxito alguno y que obligan a sus naturales a emigrar, haciendo colas, sin muchas esperanzas, ante las fronteras que se defienden con alambradas y soldados.
Y esta realidad es solo un ejemplo de las muchas paradojas que caracterizan a la América Latina de nuestros días. ¿Cuáles son los ejemplos que nuestros países imitan? Los que han fracasado de manera sistemática. No hay un solo caso en que las nacionalizaciones, el gasto desenfrenado y el proteccionismo hayan tenido éxito. Y, en el caso de los países nórdicos, que solían servir de ejemplo a quienes defendían los bienes nacionales para todos, siento mucho decirles que ya no sirven, porque estos países han terminado, también, por rendirse a la evidencia. Mientras América Latina no lo comprenda, seguirá su decadencia. Y sus riquezas y empresarios, naturalmente, huirán, como han hecho en Venezuela. Ellos están ahora en Madrid, por ejemplo, gozando de la libertad, de sus instalaciones y su seguridad, a la que acuden también muchos otros latinoamericanos en busca de trabajo.
En algún momento, América Latina pareció haber elegido bien su rumbo. Los capitales acudían a esos países donde todo estaba por hacer. Un buen día esa buena disposición se evaporó y la reemplazó una frenética vocación estatista, que ha llevado a la ruina a muchas naciones latinoamericanas y hará que quienes se han salvado hasta ahora, se hundan en la escasez y la ruina. ¿Hay alguna esperanza de que cambien las cosas? Será necesario que los países que eligieron mal sus modelos sociales se arrepientan de los mismos y rehagan su estructura en función de una realidad que está allí, ofreciéndose para quienes quieren verla.
Por primera vez, nuestros países pueden elegir la prosperidad o la pobreza. Eso no había ocurrido hasta hace poco tiempo. Lo que no cabe en nuestra época es continuar en el error, como han hecho tantas naciones en vías de desarrollo. Esas largas colas en las puertas de los países desarrollados, EE UU por ejemplo, indican una equivocación gigantesca. Y una lección para quienes quieran acatarla.
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