A lo largo de esta cuarentena han surgido espontáneamente ciudadanos que, desde sus balcones o desde las redes sociales, sienten el derecho (o incluso la obligación) de señalar con el dedo a aquellos que no cumplen estrictamente con las directrices establecidas a consecuencia del estado de alarma. ¿Qué les impulsa a ejercer de policías? ¿Por qué se sienten legitimados para ello?
En cualquier sistema socio-político, ideológico, religioso o sanitario que se pretende Universal, es decir que tenga que servir para Todos, siempre aparecen quienes, sin ser esa su función, ni profesión, se convierten en los fieles y permanentes guardianes de ese orden establecido, llegando incluso a convertirse en delatores de los que transgreden sus reglas. La psicología puede ayudarnos a entender por qué actúan así.
El perfil del ciudadano “vigilante”
Dos características se revelan usualmente en estos personajes que vigilan a sus vecinos.
- Personas con cierta paranoia desatada. Generalmente hacia los semejantes y no hacia los poderosos, por la que colocan a sus vecinos como los causantes de cualquier problema que se produzca en esa sociedad y que, por tanto, los perjudica a ellos.
- Personas que no soportan que el otro viva mejor. Es la otra vertiente, la de no soportar que otras personas gocen más que uno mismo, que puedan ser más libres o felices.
Combinadas ambas características y colocadas en la situación actual de obligado y pautado confinamiento y desconfinamiento, nos da como resultado una multiplicación de vigilantes de los individuos que no cumplen, estrictamente, todas las órdenes emanadas de las autoridades.
¿Qué les impulsa a actuar así?
Se podría objetar que los cotillas que hacen de chivatos en estos momentos lo hacen por la salud, por el “bien de todos”. Pero las razones suelen ser más profundas y pueden tener un origen emocional, usualmente vinculado a los miedos:
- Prefieren asumir que la culpa es del pueblo para sentirse más seguros
Sería a los gobiernos, que son quienes tienen las competencias en todas las áreas, a quienes habría que pedir explicaciones, funciones y responsabilidades coherentes porque no es el pueblo quien tiene los datos concretos sobre lo que está pasando.
Pero, apuntar arriba significaría aceptar también que, frente a este virus con el que se lucha, los gobernantes tienen un conocimiento solo parcial.
Es decir, que están compuestos por personas falibles. Preferimos pensar que, como los papás, ellos lo saben todo y nos convertirnos así en sus máximos representantes y defensores de una verdad absoluta inexistente.
- Es un sistema de autodefensa para no ver la situación real
Si resulta que hemos reducido toda esta situación a culpar al vecino de que ha sacado tres veces al perro, de que se ha demorado diez minutos en su franja horaria, o de que han salido todos los deportistas a la vez, no estamos sino utilizando un sistema de defensa para no ver la situación real.
Y es que hasta ahora, nadie sabe si lo mejor es la reclusión total –y en ese caso no tendría que ir a trabajar nadie-, o si, por ejemplo, hay que ir contactando con el virus, de manera que se vaya produciendo cierta inmunización en la población. Hay distintas formas de afrontar una misma realidad.
- Pueden envidiar o encontrar goce en el castigo
A veces, quienes hacen de panóptico de las vida de otros, es, o bien porque se produce cierta envidia de que sean capaces de ir más allá de donde van ellos; o bien porque, aunque parezca paradójico, han encontrado más placer en ese “vigilar y castigar”, que en otras formas de existencia.
Las justificaciones pueden ser variopintas, pero lo cierto es que están mucho más pendientes de todo lo que sucede a su alrededor, que de ver la manera en la que pueden disfrutar. De lo que se deduce que, o no han encontrado nada que los satisfaga. O ese goce es mayor que cualquier otro.
- Una forma de canalizar la rabia
La situación se parecería a ese cuadro en el que el niño boicotea el momento en el que el hermanito está mamando y le inunda la rabia. No porque él necesite ya ese tipo de alimento, sino porque no soporta que haya un semejante disfrutando de lo que él disfrutó antaño y que sea la madre quien se lo está ofreciendo. El peligro, sobre todo para los otros, es que esa amargura se convierta en una forma de vida.
El “chivato” social, una figura que no es nueva
La figura del policía social o el “chivato” ha surgido en distintos momentos de nuestra historia. Recordemos el papel tan cruel que jugó en el nazismo la delación de judíos, homosexuales o individuos que no entraban dentro de ese régimen genocida.
Pero también, sin llegar a ese extremo, en la “guerra fría” que hubo entre capitalismo y comunismo, se vivieron ejemplos de ese control y fiscalización por parte de la ciudadanía de cualquier movimiento u opinión de quienes no acordaban con las consignas de sus representantes.
En los años 50 el macartismo se impuso en Estados Unidos con su consabida “caza de brujas” y las “listas negras”, confeccionadas entre el gobierno de McCarthy y conciudadanos que, en nombre de la lealtad a la patria, espiaban las lecturas, viajes o tipos compañías para comprobar si éstas eran subversivas.
No menos sucedía en esos años en la parte comunista, la URSS o China. Regímenes totalitarios en los que, de nuevo, cualquier habitante podía ser denunciado, por un funcionario o civil, de traidor al partido, espía del imperialismo o burgués saboteador.
Y mucho más cercano, en nuestro país fue la época franquista. Algunos maestros, curas y centinelas de balcón y visillo se dedicaron a juzgar, criticar e incitar al castigo a quienes no cumplían con la moral nacional-católica, que prescribía cómo había de ser el comportamiento de cada individuo en todo ámbito y circunstancia.