Por Claudio Zuchovicki
Supongamos que hay una zona comercial barrial que cuenta con 40 negocios pequeños en funcionamiento, distribuidos en un par de cuadras. Esa zona padece un grave problema de iluminación y solo les permite tener abierto mientras alumbre la luz del sol. Y esto hace que su día comercial dure unas tres horas menos
Si los propietarios de los establecimientos decidieran iluminar el espacio común, se generaría un centro comercial nocturno y todos los comercios podrían tener más tiempo abiertas sus puertas y, así, podrían mejorar sus ventas y generar un ambiente más cálido y seguro para los momentos en que no haya luz natural.
Supongamos que los 40 negocios aportan 20.000 pesos mensuales cada uno para iluminar la zona, y que esta acción genera que, en promedio, cada negocio pueda incrementar sus ventas un 25%, obteniendo 100.000 pesos promedio extras mensuales por negocio, o sea, una ganancia neta de 80.000 pesos cada uno.
Finalmente, se logra el acuerdo y se genera un centro comercial más visitado por los consumidores, lo cual mejora la situación colectiva e individual de los propietarios.
Luego de un tiempo, uno de los propietarios, uno de esos que nunca faltan, uno de esos que se sienten superiores y hablan como si tuviesen una página más en el libro de la vida, decide dejar de pagar su cuota de 20.000 pesos. Su ganancia mensual ahora es de 100.000 pesos, porque se beneficia de una situación pero sin incurrir en ningún gasto personal, dada su actitud ventajera.
El resto de los frentistas decide seguir con el esquema, solo que ahora, entre los 39 restantes tienen que pagar la cuota que no paga el ventajero. Por lo tanto, ahora cada uno paga una cuota mayor, con lo cual se provoca una disminución de la ganancia mensual.
Pasó lo que usted está imaginando. Al notar que no hay castigo y solo hay beneficio para el que decide transgredir el acuerdo, otros propietarios optan por dejar de pagar su cuota, con la excusa de que es una injusticia que otros no paguen.
Con el tiempo, solo el 40% de los propietarios sigue sosteniendo la carga del gasto, y se les hace ineficiente la relación entre el incremento de sus ventas con el costo en el que tienen que incurrir para mantener la zona iluminada.
También termina sucediendo lo que usted también está imaginando: se cansan de pagar, no le encuentran el sentido y terminan cerrando o mudando su negocio a otros barrios con menos ventajeros.
Se cumple el famoso equilibrio de Nash y, a pesar del hecho de que la eficiencia en la distribución de los costos hubiese mejorado la situación de todos, es una minoría ventajera la que termina imponiendo su mezquindad.
Sí, una vez más usted tiene razón con lo que está pensando. En nuestra Argentina parece que pasa lo mismo, una minoría ventajera es la que impone las condiciones de vida de una mayoría silenciosa que solo quiere iluminar su trabajo para mejorar sus condiciones de vida.
El problema es que esa minoría ventajera, con tal de ganar un partido, un debate o un conflicto, termina sacrificando la capacidad de progreso del conjunto de la mayoría silenciosa.
Amigo lector, hay veces que, por ganar hoy, solo se aseguran muchas derrotas en el futuro.
En el corto plazo se puede obtener algo de liquidez por confiscar alguna caja ajena, por obligar a pagar un impuesto extraordinario o, simplemente, por tomar deuda. Pero esto no significa que a largo plazo se logre ser solvente. Si no se genera un flujo, un negocio rentable o un sueldo que alcance para el día a día, esa liquidez ocasional se esfuma.
En el corto plazo nos pueden perdonar la deuda, porque se cansan de la Argentina, diciéndonos: “Me hartaste, siempre quejándote, no me devuelvas nada, te lo regalo”. ¿Saben qué? Igual estamos fundidos, gastamos más de lo que nos ingresa. El problema no es la deuda, sino la poca generación de recursos para cumplir con nuestros compromisos presentes.
En el corto plazo pueden subsidiar la energía, el transporte, la nafta y hasta parte del sueldo de las empresas. Si bien son medidas que incentivan la demanda, si no hay inversión a largo plazo para dar esos servicios, para aumentar la oferta, entonces ese subsidio se transformará en un sacrificio, porque cuando faltan las cosas básicas, el precio es secundario. En los países más pobres, la principal angustia es el desabastecimiento de alimentos, remedios y otras cosas básicas. Aunque no lo crea, este año tendremos que destinar más de 1000 millones de dólares a la importación de energía. Finalmente, al importar terminamos beneficiando a empresas externas, en desmedro de las nuestras, y consumiendo dólares de nuestras ya escasas reservas.
En el corto plazo nos pueden financiar consumos a crédito en 18 cuotas, pero tarde o temprano esas cuotas vencen y hay que pagarlas. Si no se genera el salario formal para pagar esas cuotas, solo estaríamos postergando el problema. Aumenta el consumo hoy para dejar de consumir mañana.
De corto plazo se puede tener más fama y exposición, pero sin educación, sin contenido con valor agregado, esa fama será efímera. Alguien puede sobresalir por una pelea o por un escándalo y estar en todos los medios de comunicación, pero no perdurará en el tiempo. Ser conocido no significa ser respetado.
En el corto plazo alguien puede mentir, engañar, robar y hasta parecer simpático. Pero en el largo plazo la vida nos demuestra que el dinero mal habido obligadamente estará escondido, y sin tener con quién disfrutarlo.
Por último, ya que este tema fue debate en estas últimas semanas: si nosotros, como país, solo apoyamos “revoluciones progresistas”, en las cuales el principal ingreso terminan siendo las remesas aportadas por los ciudadanos que abandonan sus países fragmentando familias, si una revolución vive de la exportación de su gente, no le brindamos un buen ejemplo educativo a nuestros jóvenes a largo plazo. Progresar significa que tener una mejor calidad de vida que tuvieron nuestros padres y que nuestros hijos tengan una mejor calidad de vida que la nuestra.
Para cerrar la nota, encontré un cuento en la red que ejemplifica la relación entre el ventajero cortoplacista que arruina el trabajo de las mayorías silenciosas. El cuento se llama Final del formulario, ¿solo por dos agujeros?
A don Enrique, el carpintero marplatense, un cliente le preguntó cuánto le salía colocar una alacena. Y se dio este diálogo:
–800 pesos.
–¿POR DOS AGUJEROS? ¡¡¡Es mucho!!!
–¿Cuánto estas dispuesto a pagar?, preguntó el carpintero.
–La mitad.
–Si querés, por la mitad lo podés hacer vos.
–Es que yo no sé.
–Por $400 te enseño y así, además de ahorrarte $400, tenés el conocimiento para próximos trabajos.
Al cliente le pareció bien y aceptó. Enrique, entonces, aclaró:
–Ante todo, deberías conseguir las herramientas: escalera, alargue, nivel de mano, lápiz, cinta métrica, taladro con percutor, mecha para pared y una llave de boca y anillo número 11.
–Pero yo no tengo todo eso y no voy a comprar solo para hacer dos agujeros.
–Bueno, por otros $200 te alquilo todas las herramientas.
–Bueno, dale –respondió el posible cliente ya no tan convencido–.
–Listo, el viernes vuelvo y te enseño. Además, tendrías que ir a la ferretería a comprar los materiales, que serían solo dos tarugos y dos tornillos.
–Uh qué pena, en la ferretería siempre hay cola; si vos vas por otra cosa, ¿no me los comprás? –
–Bueno, dale, pero te sale otros $50, más el costo de la nafta por la movilidad, son otros $150 en total.
Conclusión de Don Enrique, el carpintero marplatense: “Es que yo no cobro solo por hacer dos agujeros, cobro por mi conocimiento, mis herramientas, mi tiempo, mi puntualidad y mi movilidad”.
Uso esta historia de don Enrique para demostrar que no solo se trata de cobrarnos impuestos. El que produce, el que emprende, no solo aporta dinero fiscal, aporta conocimiento, habilidades, tiempo y ganas de mejorar la calidad de vida de los demás.
No estamos contagiando de ganas de futuro a nuestros hijos si siempre privilegiamos el corto plazo por encima del largo plazo y si estamos apoyando y justificando sistemas que coartan el derecho individual de elegir.
En lo personal, me despido algo cansado de los ventajeros que viven sacándole dinero, tiempo y calidad de vida a una mayoría silenciosa. ¿Y usted?
El autor es licenciado en administración con un posgrado en finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Bs. As. Director del IAMC y director del Laboratorio de Finanzas de la UADE.