Por Loris Zanatta
"La democracia es un concepto relativo”, según Lula da Silva. Puede ser. Jair Bolsonaro, su enemigo, no podría decirlo mejor. Donald Trump tampoco. Ni hablar de Putin. Sagrada cuando estaba en la cárcel, la democracia le parece aleatoria ahora que está en el poder.
Es una vieja historia: democráticos son los amigos, antidemocráticos los enemigos, democráticas las instituciones que convienen, antidemocráticas las que se interponen. ¿Cínico, no? Con tonterías como esa no aprobaría ciencia política, ni historia de las ideas o filosofía, no importa si antigua o moderna. Pero gobierna Brasil, es honrado en todas partes, venerado a menudo. Es lo que hay.
Por si alguien no lo había entendido, Lula explicó que “Venezuela es víctima de una narrativa de antidemocracia y autoritarismo”. La sintaxis es revisable, el significado muy claro: ¡pobre Nicolás Maduro, pobre Diosdado Cabello! La historia les hará un lugar en el panteón de los grandes hombres, en el santoral de los hombres justos.
De qué “narrativa” habla es un misterio: si un normal régimen democrático hiciera la mitad de estragos que el régimen chavista, la prensa mundial lo crucificaría, los estudiantes ocuparían universidades, los movimientos populares incendiarían embajadas. En cambio, nada.
¿Los derechos humanos violados? ¿La tortura y la censura? ¿El monopolio del poder? ¿La corrupción y el narcotráfico? ¿La diáspora sólo superada por las de Siria y Ucrania, países en guerra? Debe ser verdad que “la democracia es un concepto relativo”, muy relativo.
Podría seguir, citando las siniestras frases de Lula sobre Ucrania, su atracción fatal por el agresor y su desprecio por el agredido, relatando sus afectuosos intercambios con los líderes rusos e iraníes, emblemas del peor oscurantismo, campeones del más represivo fanatismo. ¿Para qué? El progresismo también, ya se sabe, es “un concepto relativo”, de coherencia ni hablar.
Si el primer Lula encendió la esperanza, éste la mata. El que entonces nos ilusionó con que la izquierda latinoamericana, como la ibérica, se había convertido a la democracia liberal, es hoy un gagá que no cree en nada, un monumento a sí mismo. Al menos permite clarificar: derecha e izquierda son pancartas de estadio, viejas referencias tribales, categorías triviales para mentes perezosas.
¿Quién en conciencia asociaría a Daniel Ortega con Felipe González, a Nicolás Maduro con Mario Soares? Son familias diferentes, las cenas de Navidad acabarían a puñetazos. Lula, lamento decirlo, ha vuelto por donde vino, ha sucumbido a la llamada de la selva, a cuando peregrinaba en Cuba: la izquierda populista socava a la izquierda liberal, el socialismo nacional a la socialdemocracia, el fundamentalismo al reformismo.
Pero, ¿de qué sorprenderse? ¿Por qué indignarse? Los tiempos cambian y la democracia está en crisis. ¿Es que no me doy cuenta? ¿Que estoy ciego? ¿No veo que el nuevo ídolo es Nayib Bukele? ¿Que de Guatemala a Bolivia, de México a Perú, de derecha a izquierda, la democracia es un “concepto relativo”?
¿Que el consenso democrático es agua pasada? Será, pero tengo la impresión de que “la crisis de la democracia” es el disco favorito de los que en la democracia nunca han creído, la coartada perfecta de los que quieren sacudírsela de encima. Estado de derecho, gobierno limitado, equilibrio de poderes, libertades individuales, derechos humanos... ¡Cuántos sofismas!
“El equívoco”, decía Perón, gritaba Castro, es “asociar democracia con liberalismo”. Para escapar a la democracia liberal, se inventan todo tipo de adjetivos: orgánica, nacional, popular, social, participativa. Siempre distintos, siempre significan lo mismo: América Latina es el paraíso de las democracias antiliberales.
Sin embargo, no es cierto que la democracia esté en crisis en todas partes. Por el contrario, para algunos no está en crisis para nada, y si lo está, es porque es el único jugador en la cancha, porque nadie se atreve a negarla pero muchos intentan eludirla, porque se ha extendido a zonas del mundo antes impensadas donde la cultura democrática es reciente y en proceso de formación. Puede que no sea siempre el caso, pero sin duda lo es en Europa, donde la democracia es liberal, y punto.
¿Alguien se desvía? ¿Hace trampas y le busca adjetivos? ¿ Viktor Orbán, por ejemplo? Le caen sanciones. Nadie más sueña con seguirle. Sucede así que los tiranos latinoamericanos, los líderes de las “democracias relativas” mimadas por Lula, reciban bofetadas en Bruselas. Acaba de ocurrir.
Pero ni siquiera Lula puede decir cualquier cosa y salir siempre con la suya. ¡Qué irritado estaba con Gabriel Boric! ¡Con qué esnobismo paternalista lo trató! Cuba, Nicaragua y Venezuela son dictaduras, dijo el presidente chileno. Una obviedad. Y una necesidad: ¿cómo vender gato por liebre a sus ciudadanos? ¿Cómo ser aceptado por democrático en casa amigándose con tiranos afuera?
El caso es que por historia y cultura Chile y Uruguay son a América Latina lo que Hungría a la Unión Europea. A esta le cuesta digerir la democracia liberal tanto como a aquellos la democracia antiliberal. Aún hay esperanza, entonces, le guste o no a Lula, para muchos la democracia no es un “concepto relativo”.
El autor es historiador. Profesor de la Universidad de Bolonia, Italia.