Por Ricardo Manuel Rojas
Se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de Juan Hipólito Vieytes (12 de agosto de 1762 – 15 de septiembre de 1815), uno de los menos estudiados próceres de Mayo. No obstante, sus importantes contribuciones a la causa de la libertad. Fue comerciante, periodista, ocupó varios cargos a partir de la Revolución de Mayo, tales como Secretario de la Junta, Juez de la Cámara de Apelaciones, diputado de la Asamblea de 1813 e Intendente General de Policía.
Posiblemente, el hecho de que se conozca muy poco sobre un importante período de su vida haya contribuido a la escasa producción bibliográfica sobre su persona. En efecto, nació en lo que entonces era el caserío de San Antonio de Areco, Provincia de Buenos Aires, hijo de un comerciante venido de Galicia. A los doce años, con su familia se movieron a la Ciudad de Buenos Aires y estudió en el Colegio de San Carlos, donde conoció a muchos de los que luego también participarían en la Revolución.
Terminados sus estudios secundarios -con 17 años de edad y un futuro que lo conducía inexorablemente a ser abogado, militar o sacerdote- prefirió irse a la aventura al Alto Perú. Entre 1779, año en el que se marchó en compañía de uno de sus hermanos menores, y 1800, cuando regresó a Buenos Aires, su vida es casi un misterio. Hay pocas referencias que lo ubican enrolándose en el ejército en ocasión de la revuelta indígena o trabajando en las minas de Plata del Potosí.
Instalado nuevamente en Buenos Aires, con 38 años de edad, comenzó esta etapa de sus últimos quince años de vida en que se produjeron sus logros más conocidos. Volvió tan pobre como se había ido, con un joven esclavo mulato al que dio su libertad tiempo después, pero con un importante bagaje de conocimiento, adquirido en forma autodidacta en el Alto Perú. Se supone que tuvo acceso a la biblioteca de Pedro de Altolaguirre, una de las más nutridas del Alto Perú, con cuyo sobrino Vieytes había trabado amistad.
Ya en Buenos Aires se casó, y poco después se asoció con Nicolás Rodríguez Peña, administrando la fábrica de jabón en un edificio de este último. Los sótanos de esa jabonería serían algunos de los lugares emblemáticos de reunión de quienes pensaban en la independencia de estas tierras.
Entre 1802 y 1807, con un intervalo durante la primera invasión inglesa, Vieytes dirigió el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, el segundo periódico que se publicaba en Buenos Aires (el primero fue el Telégrafo Mercantil, que entre 1801 y 1802 dirigió el español peninsular Francisco de Cabello y Mesa).
El Semanario se convirtió en un periódico destinado a fomentar y difundir enseñanzas vinculadas con el mejor cultivo de la tierra, el conocimiento de la geografía del país y cómo explotarla, y mechaba también referencias y trabajos de los autores fisiócratas y liberales que nutrían la ilustración europea. A través de sus 218 números, dos suplementos y un número especial, fue un importante introductor y difusor de las ideas de Adam Smith en el Río de la Plata, fundamentalmente a través de dos fuentes tomadas de otras publicaciones europeas: el médico irlandés Samuel Crumpe y el economista vasco Valentín de Foronda. Ambos se habían dedicado a resumir y difundir el pensamiento de Smith, en especial los principios enunciados en La Riqueza de las Naciones, y Vieytes, al reproducir tales materiales en el Semanario, al mismo tiempo llevó las ideas de Smith al público de una manera más amena.
Pero junto con Smith, Vieytes difundió el pensamiento de Benjamin Frankin, el Abate Rozier, el marqués de Mirabeau, Jovellanos, Uztáriz, Galiani, Quesnay y Donato entre otros.
Durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, Vieytes comandó parte de la resistencia, tal vez a raíz de su experiencia en el Alto Perú. Ello forjó aún más un espíritu patriota y comprometido con la tierra, que lo llevó, una vez reiniciada la publicación del Semanario, a incrementar su arenga en pos de un país independiente.
Junto con Belgrano, Rodríguez Peña y otros vecinos de la ciudad formaron un círculo destinado a pensar la forma de lograr la libertad de la región, cuyo principal yugo consistía en la imposibilidad de comerciar. En tiempos en que España estaba en guerra con Inglaterra, los productos no podían salir del puerto porque eran capturados. En tiempos de paz, la Corona Española obligaba a comerciar sólo con puertos autorizados. Ello llevaba al empobrecimiento de los habitantes de estas latitudes, quienes además no podían acceder a la propiedad por los altos costos y el monopolio estatal.
Por ello, la invasión napoleónica a la península y la captura de Fernando VII fueron la oportunidad propicia para proponer la creación de un gobierno provisorio. Luego de intentar infructuosamente un acuerdo para que la Infanta Carlota -hermana de Fernando y reina de Portugal instalada en Río de Janeiro- se hiciera cargo del Virreinato provisoriamente, garantizando la libertad de comercio, Vieytes fue uno de los impulsores, en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, de lo que tres días más tarde se convertiría en el acta de creación del nuevo gobierno, que si bien reconocía la autoridad del Rey y decía gobernar en su nombre, era bien sabido por casi todos los firmantes que difícilmente ello no culminara con una efectiva independencia de España.
Una vez instalado el nuevo gobierno, y mientras en su seno se producían los primeros roces entre Saavedra y Moreno, Vieytes fue enviado a Córdoba como comisionado político para detener al antiguo virrey Santiago de Liniers. Había forjado una suerte de amistad con el virrey, con quien peleó codo a codo en la reconquista de la ciudad de Buenos Aires en ocasión de las invasiones inglesas, y por ello se negó a ejecutar la orden de la Junta de “arcabucearlo” en el lugar donde lo encontrara. Por el contrario, lo detuvo y lo condujo rumbo a Buenos Aires para que se lo sometiera a juicio. Pero enterada la Junta de esta decisión, envió una comisión para interceptarlo, ejecutar a Liniers y dispuso que Vieytes volviera urgentemente a Buenos Aires.
Se suponía que Vieytes viajaría a Londres como emisario del nuevo gobierno para difundir y explicar la revolución en Inglaterra y buscar algunos acuerdos comerciales. Sin embargo, la Junta decidió que Moreno ocupara su lugar y Vieytes quedara como secretario de la Junta. Durante su viaje a Inglaterra se produjo la muerte un tanto dudosa de quien fuera un adversario desafiante al poder de Saavedra.
Vieytes intentó mantenerse fuera de los vaivenes ideológicos de las facciones de la revolución. Los más revolucionarios lo veían como un aliado, pues había estudiado y difundido a los principales autores que eran furor en Europa; los más conservadores lo veían como una persona reflexiva, menos impetuosa que Moreno, y jóvenes como Monteagudo. Con él pensaban que se podía dialogar.
Sin embargo, Vieytes estaba muy comprometido con el anhelo de crear un país pujante y próspero. Ello, en un ambiente como el que se vivió en esos tiempos, lo llevó a ser detenido y encarcelado en dos oportunidades: la primera, en 1811 durante el golpe de palacio dado por el propio Saavedra, que terminó con la Primera Junta y dio paso a la llamada Junta Grande. Vieytes, al igual que otros miembros de la junta original, fueron detenidos y confinados en distintos lugares, recalando él en el pueblo de Jachal, en la provincia de San Juan, durante unos ocho meses.
Tiempo después Vieytes tuvo una participación muy importante durante la tarea de la Asamblea del año XIII. Fue su secretario y se piensa que fue quien escribió las reseñas de su actuación, en el periódico que se publicó con el nombre de El Redactor de la Asamblea, que seguía diariamente las actividades de dicho cuerpo, que no labraba actas escritas de sus sesiones.
La gran tarea que Vieytes realizó en ese sentido, y luego como Intendente General de Policía, llevaron a una nueva detención en la revuelta contra el general Alvear. Al momento de su detención en 1815 Vieytes ya estaba muy enfermo, postrado en su cama, fue condenado y se ordenó su extrañamiento hacia España, pero la orden no pudo cumplirse pues nunca se repuso y falleció el 15 de septiembre de 1815 en un convento de San Fernando.
Vieytes fue un visionario, un aventurero, tenía un gran amor por el país, que demostró en sus crónicas sobre las distintas regiones que mostraban un conocimiento cabal de los más alejados rincones. Intentó difundir mejores formas de producir y prosperar, el pensamiento de fisiócratas y clásicos, y de los distintos autores famosos en la Europa de la Ilustración, la importancia de respetar la libertad y la propiedad, y sobre todo, el valor del comercio.
Murió tan pobre como vivió. No recibió ni todos los salarios que se le adeudaban por sus distintos cargos en el gobierno de la revolución, ni tampoco le produjo importante renta la administración de la jabonería, la publicación del Semanario, o la asociación con Belgrano y otros amigos en la administración de una imprenta. Al momento de su muerte, su única fortuna era su biblioteca personal, que según figura en el acta de secuestro de sus libros por parte del gobierno al ser detenido, constaba para ese momento de 108 títulos en cerca de 200 volúmenes, a pesar de que antes de ser incautados, ya Vieytes había donado algunos libros a la Biblioteca y a amigos. No era un número demasiado elevado en comparación con bibliotecas del Alto Perú, pero estaba entre las diez más grandes de Buenos Aires.
Vieytes representó el espíritu de Mayo, ese mismo que Alberdi cuarenta años más tarde invocó como fuente de la organización nacional. Es uno de esos héroes no demasiado bien conocidos, pero cuya historia personal produce una profunda inspiración. Por ese motivo, es bueno recordarlo en un nuevo aniversario de su nacimiento.