Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
No es el primer título que escribe Sartre pues antes, en 1936, había sometido a Gallimard uno llamado Melancolía, que esta editorial rechazó pese a tener un elogioso comentario de Jean Paulhan, que trabajaba en la editorial y dirigía La nouvelle revue française. Según sus propias palabras, Sartre había trabajado mucho en estos borradores y sufrió con el rechazo de la editorial.
Sin embargo, en abril de 1937, con recomendación de Charles Dullin, el director de teatro, y Pierre Bost, el guionista y escritor, que la apoyaron con entusiasmo, apareció la primera novela de Jean-Paul Sartre, que era una versión muy cambiada de Melancolía. Es una novela que de tal tiene sólo el nombre, porque Sartre, como un virtuoso cualquiera, especula y divaga de una manera que se acerca mucho a la incoherencia. El modelo, dijeron los críticos de la época, eran Valéry, Céline o Rilke, pero en realidad a quien Sartre imitaba era a Ionesco, un escritor procedente de Rumanía que había comenzado en Francia a establecer diálogos absurdos y mucho más divertidos que los de La náusea, y que años después, ya exiliado en Francia de forma permanente, se volvería célebre. Tanto Dullin como Bost señalaron como una gran originalidad esas conversaciones sin sentido de las que Sartre abusaba a lo largo de esa novela que, pese a no tener ni pies ni cabeza, fue leída por millones de franceses.
La náusea es un título que impuso Gaston Gallimard, y con el que nunca estuvo Sartre de acuerdo, a pesar de haber sido una genialidad del editor. El libro, como mencioné, está hecho de diálogos disparatados, a la manera de Ionesco, aunque, en este último caso, tenían mucha más gracia que los del imitador. La historia transcurre, si es que pasa en alguna parte, en una ciudad francesa inventada, Bouville, y París, entre las que el personaje, Antoine Roquentin, salta de manera imprudente, estableciendo como un cordón umbilical entre ambos lugares. El mismo personaje tiene la manía de los viajes y, si seguimos su itinerario, ha recorrido el mundo antes de instalarse en Bouville para refugiarse y escribir, aunque no se refiere para nada a detalles de los países que ha visitado, porque no tiene recuerdos precisos de ninguno. Los episodios de La náusea transcurren en un café que responde al nombre de Mably. Pero lo importante no son las localizaciones geográficas en las que transcurre la novela, sino los disparates de los que se adorna el personaje para desconcertar y sorprender a sus lectores.
Las relaciones que tiene éste con la actriz Anny despiertan en los lectores la percepción de lo que podría ser un vínculo más o menos estable. Pero los lectores no imponen su punto de vista sino el escritor, que se las arregla para romper con Anny y despacharla en un tren que va de París a Londres. Y es muy probable que ambos no se vuelvan a ver. El libro transcurre de este modo, entre frases sin sentido y extrañas relaciones de personajes que, además de helarse con el contacto de Antoine Roquentin, sólo dicen cosas absurdas con alevosía. Roquentin da la impresión de que escribe una biografía del marqués de Robellon, aristócrata del siglo XVIII, pero, en el curso de esta novela, no lo vemos jamás escribir sino atrapar los libros que ve a su alrededor, sin que haya en ellos nada que lo deslumbre, o por lo menos le interese.
¿Se trata de una novela frustrada? Tantos millares de personas la leyeron y comentaron, que, se diría, representaba el non plus ultra de la generación novelesca que, tras la senda de Robbe-Grillet, se había propuesto renovar la novela de la época (este último y otros formaron parte de un movimiento que dio en llamarse “nueva novela francesa”). Sin embargo, no estuvo a la altura de Robbe-Grillet, por lo menos en este trabajo. Se trata de un libro sin mayores objetivos, tanto que, a pesar de su éxito, se puede considerar a medias, un texto en el que las figuras languidecen de pálidas y los diálogos nunca alcanzan a interesar o deleitar a los lectores. Sí a sorprenderlos, porque son fríos y distantes y parecen referirse a complejos filosóficos. Pero el propio Sartre no fue muy entusiasta de este libro, pese a los muchos trabajos que inspiró y a que en cierta forma fue su iniciación metafísica.
¿Cuál es la originalidad de La náusea? Está en la naturaleza de los diálogos que siempre sorprenden al lector por la desfachatez con la que el personaje se exhibe a sí mismo y lanza sus insolencias cada vez más terribles y seductoras. Pero estas mismas insolencias resultan poca cosa cuando se las enfrenta a la realidad, de la que el narrador parecería querer huir a toda costa.
Hay una curiosa relación entre París, que aparece en la novela sólo como un destino, y el puerto en el que el narrador se retira a descansar y a respirar a solas y con gran felicidad (los críticos dijeron que Bouville estuvo inspirada en Le Havre, ciudad donde Sartre había vivido cinco años en la década del 30). Aunque tal vez esta palabra última no tiene mucho sentido en el contexto de este libro en el que no hay placeres, sino sufrimientos que se alargan hasta llenarnos a los lectores de compasión por ese personaje que se traspapela a sí mismo, cuando no puede ya traspapelar a los demás.
Sartre jamás descartó del todo esta novela inaugural, pero tampoco la integró a su producción novelística, y siempre tuvo dudas al respecto, que yo encuentro muy justificadas (llegó incluso a suprimir algunos pasajes en siguientes ediciones). La novela no tiene demasiada razón de ser y sólo expresa un disgusto universal de los seres y las cosas que maquinan y sienten, que es una manera de decir que todo este mundo es frío y sin alma. Sería interesante figurarse las muchas interpretaciones que el libro generó: desde que el mundo estaba condenado a desaparecer sin gracia alguna, hasta un fenomenal delirio en el que las expresiones de los personajes tenían su propia realidad, que no se parecía en nada a la realidad de todos los días.
¿En qué se inspiró Sartre para escribir esta novela? Probablemente una de sus fuentes fue Ionesco, que estaba habituándose todavía a esa lengua y a esos métodos que serían los suyos a partir de entonces. Pero hay algo de filosofía en esos textos que no son de ninguna manera literarios por más que se la considere una obra de ficción. Nació con el deseo de ser una meditación sobre la conciencia y la contingencia, y bajo la influencia de las ideas de Husserl. Todo el libro expresa disgusto con el mundo material, incluso del propio cuerpo de Roquentin, lo que lo lleva a buscar el sentido de la vida en sí mismo, no en el mundo que lo rodea. Algunos críticos dijeron en su día que la novela debía leerse como una forma de escape neurótico.
Por decisión de su autor, este libro no figuró en la colección de sus cuentos y novelas completas. Nadie se preguntó por qué esa actitud tan desairada del propio Sartre con La náusea que tuvo tanto éxito de público y al que muchos críticos elogiaron desmedidamente. Quizás es que dejaba mucho que desear desde el punto de vista de lo que Sartre aspiraba, una revolución en la manera de escribir novelas, algo que sí estuvo a punto de alcanzar en los libros de ficción que escribió después.
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