Por Alberto Benegas Lynch (h)
Constituye un acto de justicia elemental el rendir homenaje a vidas que se han destinado a la defensa de las bases de la sociedad civilizada como ejemplo de conducta para la presente generación y para que quede en la memoria de las futuras. Para que nunca se borren estas actitudes nobles en bien de la humanidad.
Muchas veces concentrado en un tema crucial se deja de lado otros de suma importancia que quedan empañados, eso tiende a suceder cuando se omite al extraordinario premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo. Ya que nos referiremos a China, tal vez el mejor ejemplo de lo dicho sea el caso de Marco Polo que en su viaje desde Venecia en el siglo XIII encandilado por su descubrimiento de la novedad del papel moneda omitió nada menos que referirse al descubrimiento de la imprenta ocurrido mucho antes de Gutenberg.
De un tiempo a esta parte los gobernantes chinos se han dado cuenta de que para alimentar bien las arcas del aparato estatal deben abrir islotes de libertad que al destapar la olla de la energía creadora y posibilitar los consiguientes incentivos, se producen bienes y servicios en cantidades espectaculares. Esto no quiere decir que prime la libertad en China continental, muy por el contrario, salvo unas pocas islas de prosperidad el resto está compuesto por campesinos hambrientos y siervos del Leviatán. Incluso en los referidos islotes el Gran Hermano vigila que las cosas no se salgan de madre y se mantiene un férreo control político en el contexto de inauditas corrupciones de la burocracia. Esto lo subrayan infinidad de testigos de este fenómeno.
Varios han sido los desaciertos en cuanto al otorgamiento del premio Nobel de la Paz a ciertos personajes anti-pacíficos contra el derecho que, por otra parte, muchos de buena fe y otros no tanto declaman el pleonasmo grotesco de “los derechos humanos” como si los vegetales, los minerales y los animales fueran sujetos de derechos. Sin embargo, en el caso apuntado se retoma la buena tradición de las grandes personalidades a quienes se les ha otorgado este reconocimiento a las conductas fraternas y al espíritu de concordia. Así es que en 2010 el Comité Nobel galardonó al profesor y escritor Liu Xiaobo entonces de 54 años quien estaba en prisión y condenado a once años por “incitar a la subversión del poder estatal” a raíz de haber encabezado como presidente del PEN Club la conocida Carta 08 refrendada por trecientos ciudadanos chinos a imitación de la Carta 77 en Checoslovaquia que contribuyó a barrer con los comunistas. Esa Carta contiene 19 puntos, entre los que se destaca el pedido de una justicia independiente, de un legislativo elegido democráticamente, el contralor de los actos de gobierno, la libertad de asociación y de religión y, sobre todo -en el punto 14- la protección a la propiedad privada.
Xiaobo, que murió en 2017, era hijo de un soldado chino que compartía las ideas marxistas, pero este destacado descendiente después de su doctorado en 1988 en la Universidad Normal de Pekín con estudios en la clandestinidad se le permitió viajar como profesor visitante a la Universidad de Oslo en 1988 (la primera vez que salía de su país) y luego en la Universidad de Columbia de donde regresó a su país para participar de la revuelta de la Plaza Tiananmen en Beijing por lo que fue enviado a un “campo de reeducación”, como es sabido un eufemismo por campos de concentración y trabajos forzados.
La condena se resume en “Una violación del parágrafo 103, apartado 2 del Código Penal de la República Popular China que lo hace culpable del grave delito de instigación de socavar el poder estatal”.
El ministro de relaciones exteriores de China, al recibir la noticia del referido galardón, declaró a Associated Press que “Liu Xiaobo es un criminal que ha sido condenado por los tribunales de China por violar la ley china”, que “este otorgamiento va a contramano del mismo principio del premio y es una blasfemia contra ese galardón” y que “esto afectará la relación bilateral de China con Noruega”. Incluso los autócratas de Pekín llamaron al embajador noruego para oficializar la protesta, a lo que el diplomático respondió que el Comité Nobel es independiente y que, por ende, no recibe instrucciones del gobierno de su país (lo cual es incompresible para la mente totalitaria). También el portavoz de la cancillería -Ma Zhaoxu- espetó que lo que se había hecho constituyó “una obscenidad”. Por otra parte, en las pantallas de CNN para los turistas en los grandes hoteles chinos, cuando fue trasmitida la noticia del Nobel de la Paz, los televisores quedaron en negro absoluto debido a la censura de los comisarios del partido único.
Después de mucho cabildeo, a los pocos días del acontecimiento que recorrió el mundo en breves instantes, el gobierno chino finalmente autorizó a Liu Xia -la mujer del premiado- que lo visite y le informe a su marido de la novedad con el expreso compromiso de no hacer en ningún momento ninguna declaración pública al respecto (aunque habló con un canal de cable en Hong Kong por lo que le decretaron arresto domiciliario y le intervinieron el teléfono para que no pueda recibir mensajes). Después de la referida visita relámpago se produjo una fenomenal redada policial en las ciudades chinas más importantes para detener a los activistas que habían osado manifestar la necesidad de liberar a Xiaobo de la cárcel, quien al enterarse del suceso que lo colocó en el primer plano de las noticias internacionales dijo que “el premio corresponde a los cientos de muertos en Tiananmen”.
No se sabe a ciencia cierta cómo terminará el experimento chino mientras no se desmantele el aparato de represión a los derechos, pero lo cierto es que cuando se permite un resquicio de libertad y la gente le toma el gusto y naturalmente quieren más. Cuando se entreabre una puerta que permite la entrada de una ráfaga del oxígeno vivificador la gente demanda que la puerta se abra de par en par para permitir el ingreso de todo el oxígeno al efecto de que la respiración resulte normal y sin sobresaltos asfixiantes. Por esto es que las canalladas como la stalinista, maoísta, de Pol Pot, de Ahmadinejad, de Castro y de Kim II Sung (y ahora su adiposo vástago), prefieren tener a sus súbditos en la miseria más horrorosa antes que otorgar alguna libertad que ponga en riesgo sus reinados macabros.
Tal vez en China algún día resurja la libertad, en alguna medida en base a las milenarias concepciones de Confucio y Lao-Tsé. El primero aconseja en Tratados morales y políticos “hacer brillar en sí mismo las virtudes superiores que la naturaleza pone en el alma de cada uno” y el pensamiento del segundo que consigna David Boaz en The Libertarian Reader se traduce en reflexiones como esta: “Trabajo cuando amanece y descanso cuando el sol se pone ¿Qué sentido tiene el poder del emperador? […] Cuanto más leyes se promulguen, más ladrones y bandidos habrán”. Confucio era un firme partidario de la educación libre y decía en la misma obra citada que “Si os negáis a instruir a un hombre que tiene las disposiciones adecuadas, perderás un hombre; si enseñáis a un hombre que no tiene la disposición de escuchar, perderás vuestras energías”. Gran verdad que por cierto percibimos todos los que nos dedicamos al estudio y a la educación puesto que la energía de cada cual es limitada y debe asignarse lo mejor posible en un clima de competencia y auditorías cruzadas al efecto de lograr los mejores niveles de excelencia completamente alejados de las imposiciones de estructuras curriculares desde el vértice del poder.
Desafortunadamente hay muchos empresarios y de otros sectores de la sociedad que hacen la vista gorda frente a los atropellos del actual gobierno chino y solo les importa hacer un jugoso arbitraje, son aquellos a los que se refería Lenin al decir que ciertos “capitalistas venderán las cuerdas con que serán ahorcados”. En todo caso, constituye un motivo de regocijo para todos los espíritus libres que este año se haya concedido este premio a un luchador por la libertad.
Xiaobo escribió un libro titulado No tengo enemigos, no conozco el odio donde señala que no se trata de asuntos personales sino de ideas, valores y principios que son indispensables para contar con una vida digna en el contexto de la sociedad libre de respeto recíproco. El prólogo lo escribe Vaclav Havel quien asumió la presidencia de la República Checa luego de la derrota del régimen comunista durante la Revolución de Terciopelo en 1989 lo que en 1990 fue confirmado por elecciones parlamentarias. El Nobel chino en su libro escribe un capítulo destinado a un aspecto clave: la institución de la propiedad privada, donde cita reiteradamente al economista Mao Yushi quien viró su interés de la ingeniería a la economía, materia que enseñó en la Universidad de Harvard, fundador del Instituto de Economía en su país de corta duración pues fue arrestado y sus quince libros publicados en la clandestinidad fueron prohibidos. La primera cita en el referido capítulo se refiere al tema de la propiedad de la tierra en China y reza de este modo: “La ley de la propiedad china no puede resolver el problema que generan las expropiaciones ilegales en China, solo la privatización de la tierra lo puede lograrlo”. En esta sección Xiaobo enfoca lo que es la esencia del marxismo: la abolición de la propiedad privada, lo cual estima es el eje central del fracaso estrepitoso del sistema, además de la ejecución de personas inocentes y las muertes por hambrunas. Se trata de asignar derechos para que los siempre escasos recursos se destinen a las manos más eficientes para bien de todos pero muy especialmente al efecto de contemplar la situación de los más necesitados.
La introducción del libro está escrita por la investigadora Tienchi Martin-Llao que también enseñaba en Harvard quien en ese texto se refiere elogiosamente a autores como Isaiah Berlin y Friedrich Hayek donde concluye que “el actual florecimiento superficial de reformas en China va en dirección equivocada pues el objetivo de las reformas no es la liberación de las personas y el bienestar del pueblo sino el fortalecimiento del Estado, el camino no es el de un movimiento por los derechos sino el de un movimiento por el enaltecimiento de un redentor”.
Todos deberíamos tomar el extraordinario ejemplo de Liu Xiaobo. Nadie está exento de la responsabilidad en la contribución cotidiana para que se lo respete. Al final de cada día, cada persona con dignidad y sentido de autoestima, debería preguntarse qué hizo durante ese día para vivir como un ser libre. En este sentido, transcribo un pensamiento de Ortega y Gasset que en La rebelión de las masas ilustra magníficamente nuestra preocupación: “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización…se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado”.