Por Alberto Benegas Lynch (h)
Siempre resulta aleccionador releer las obras de un personaje descollante por sus sustanciosos consejos pero en tiempos de elecciones resulta aún más provechoso abarcar los dos temas del título debido a que, salvo honrosas excepciones, en el mundo libre se viene desvirtuado el sentido de la democracia para enfatizar su aspecto secundario y accesorio del recuento de votos para opacar lo esencial que es el respeto a los derechos de todos tal como también lo han destacado los Giovanni Sartori de nuestra época. En nuestro caso, el espíritu alberdiano primó con resultados extraordinarios hasta que irrumpió el estatismo como consecuencia de otra de las advertencias del gran Alexis de Tocqueville en cuanto al abandono de la lucha por las ideas de la libertad, intercalados con ciertas amenazas veladas y no tan veladas a la prensa libre.
En el libro más conocido de Tocqueville sobre las instituciones democráticas en los EEUU -como es sabido titulado La democracia en América- se lee: “Bien veo que de este modo se conserva la libertad individual en los negocios más importantes; pero se anula en los pequeños y en los particulares. Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra” (edición del Fondo de Cultura Económica, 1963, p. 635). Todo lo cual alude a las medidas que pasan de contrabando con distintos disfraces pero que van carcomiendo los cimientos de la libertad.
En la misma obra se refiere a una noción tan degradada en nuestra época de la misma democracia. En este sentido Tocqueville escribe: “Durante mi permanencia en los Estados Unidos, observé que un estado social democrático [y advierto que…] el despotismo me parece particularmente temible en las edades democráticas. Me figuro que yo habría amado la libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hallamos me inclino a adorarla […] En los tiempos democráticos en que nos hallamos, es en los que los verdaderos amigos de la libertad y de la grandeza humana deben estar dispuestos a impedir que el poder social sacrifique los derechos particulares de algunos individuos” (págs. 632, 636 y 639).
He aquí el problema medular de nuestro tiempo: la degradación del ideal original de la democracia para en cierto sentido convertirla en cleptocracia, un riesgo que vieron los Padres Fundadores en Estados Unidos por lo que no mencionaron el vocablo democracia en su Carta Magna e insistieron en la noción de República (lo mismo ocurrió con la original argentina), al efecto de poner énfasis en los cinco preceptos de una República: la responsabilidad de los gobernantes por sus actos ante los gobernados, la transparencia de los actos gubernamentales, la alternancia en el poder, la división de poderes y la igualdad ante la ley. Este último atributo republicano está indisolublemente atado a la noción de Justicia como el “dar a cada uno lo suyo” y “lo suyo” remite a los derechos de propiedad fundamentalismos para la cooperación social, puesto que no se trata de ser iguales ante la ley para ir todos a prisión, se trata de proteger a las personas de la invasión a sus derechos inalienables.
Tocqueville nos estaba alertando acerca del peligro manifiesto y presente de tomar la democracia como el simple recuento de votos en lugar de contemplar su aspecto central cual es el respeto y la garantía a los derechos individuales. En esta línea argumental vuelvo a citar al constitucionalista argentino Juan González Calderón al escribir que los demócratas de los números ni de números entienden puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50%+1%=100% y 50%-1%=0%. Esta degradación la han señalado muchos autores de la ciencia política como Bertrand de Jouvenel y Giovanni Sartori.
Si fuera correcta la interpretación de la democracia circunscrita al recuento de votos, diríamos que el régimen del asesino serial de Hitler era democrático porque ganó con la primera minoría o los actuales de Corea del Norte, Cuba, Venezuela o Nicaragua.
También en la misma obra aparece su preocupación por la libertad de prensa. Allí resume que “la prensa es, por excelencia, el instrumento democrático de la libertad”. El cuarto poder tiene un doble propósito, en primer lugar la crítica al aparato estatal al efecto de mantenerlo en brete y en segundo término como aprendizaje esencial vía debates abiertos de diferentes ideas puesto que como nos enseña Karl Popper el conocimiento tiene la característica de la corroboración provisoria sujeto a refutaciones.
Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado” alegando “traición a la patria” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes” por parte de los representantes de la prensa.
Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, lo cual no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros pero es pertinente aclarar que no hay tal cosa como “delitos de prensa” como no hay delitos de pistola o delito de cuchillo, delito en una sociedad libre es lesionar el derecho de otro. Esta plena libertad incluye el debate de ideas con quienes implícita o explícitamente proponen modificar el sistema, de lo contrario se provocaría un peligroso efecto boomerang (la noción opuesta llevaría a la siguiente pregunta, por cierto inquietante ¿en qué momento se debiera prohibir la difusión de las ideas comunistas de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se incluye parcial o totalmente en una plataforma partidaria?). Las únicas defensas de la sociedad abierta radican en la educación y las normas que surgen del consiguiente aprendizaje y discusión de valores y principios.
Hasta aquí lo básico de este tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al gobierno de turno en cuanto a la distribución de la pauta publicitaria o los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, y cuando los gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva noticia o lo hacen en conferencia de prensa. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado.
Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo, que en este campo se de por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento y otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.
En su libro sobre El antiguo régimen y la Revolución Francesa, este autor conjetura que en los lugares en donde existe gran progreso moral y crematístico, la gente tiende a darlo por sentado lo cual indefectiblemente conduce al momento fatal, puesto que son otras las ideas que ocupan los espacios vacantes. Esto ocurrió en no pocos lares (incluyendo la Argentina de mediados del siglo pasado).
Esta referencia constituye una pieza esencial para poder vivir en libertad. Cada uno de nosotros es responsables de la existencia o la extinción de la sociedad libre. Como muchas veces se ha consignado, no es posible que actuemos como si estuviéramos cómodamente instalados en la platea de un teatro mirando y responsabilizando por los sucesos a quienes están en el escenario sin percatarnos que ese modo de proceder invariablemente conducirá al desmoronamiento del teatro.
Con mucha razón los Padres Fundadores en Estados Unidos machacaban que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”. El respeto no es algo que proceda del aire automáticamente, se trata del resultado del esfuerzo cotidiano de todos, de lo contrario vienen las sorpresas desagradables por parte de quienes desconocen el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad.
Una cita clave y muy poco trabajada se consigna en el volumen cinco (pag. 89) de Ouvres Complétes del célebre observador francés y en este caso es tomada del libro de Paul Johnson titulada A History of the American People donde ilustra la trascendencia de la responsabilidad individual y el significado del gobierno (en la página 390 de la edición de Harper Collins, 1998). Escribió Tocqueville “Una de las consecuencias mas felices de la ausencia de gobierno (cuando la gente tiene la suerte de poder operar sin ella, lo cual es raro) consiste en el desarrollo de la fuerza individual que inevitablemente se sigue de ello. Cada hombre aprende así a pensar, a actuar por si mismo, sin contar con el apoyo de algo externo que, por mas vigilante se supone que sea, nunca responderá por todas las necesidades sociales. El hombre acostumbrado a lograr su bienestar solo a través de sus propios esfuerzos, se eleva ante la opinión de los demás y de la suya propia, su alma es así mas grande y más fuerte al mismo tiempo”.
Esta cita clave en el pensamiento de Tocqueville demuestra su espíritu innovador que se adelantó a paradigmas estudiados mucho más adelante, como el dilema del prisionero, la asimetría de la información, los errores presentes en el teorema Kaldor-Hicks y el equilibrio Nash y en general lo referido a los bienes públicos y las externalidades.
En los momentos difíciles por los que atraviesa nuestro atribulado mundo, es saludable tomar distancia y releer pasajes de Alexis de Tocqueville a los efectos de tomar fuerzas para enfrentar los desafíos de la época. Y para finalizar otro tema clave: las revoluciones.
Desde John Locke los espíritus libres subrayan el derecho a la resistencia contra gobiernos que oprimen la totalidad de las libertades de las personas. Tal vez la única revolución exitosa ha sido la Norteamericana que parió un ejemplo de respeto recíproco y consecuente progreso moral y material extraordinario hasta que contemporáneamente ha comenzado a declinar y renunciar a los valores de los Padres Fundadores. La nuestra por la que nos independizamos como colonia española pero tardamos casi medio siglo en dejar de ser colonias de los gobiernos propios como señaló Alberdi, para recién ser libres a partir de la Constitución liberal de 1853 hasta el golpe fascista del 30 y peor aún a partir del golpe militar del 43 que nos tiene a los tumbos hasta el presente. Luego el golpe contra el peronismo de las torturas y cárceles a los opositores (“al enemigo ni justicia”), mordaza a la prensa y catástrofe económica. Como declaró Churchill a la prensa internacional a poco de dejar su cargo de primer ministro, el jueves 6 de octubre de 1955: “Perón es el único soldado que ha quemado su bandera y el único católico que ha quemado sus iglesias.” He escrito varias veces antes en detalle sobre los dos alzamientos que siguen pero es pertinente resumir el tema. Luego el entusiasmo de liberales por deshacerse de aquella peste totalitaria vía la revolución del 55 pero que nos defraudó con repetidas decisiones oprobiosas. Incluso en otro plano algunas de sus figuras destacadas han reiterado que si hubieran accedido a los postulados del liberalismo no hubieran adoptado los imperdonables hechos en que incurrieron. Finalmente la del 76 otra vez contra el escándalo en todos los órdenes pero que se convirtió en un horror inaceptable para cualquier persona decente ya que copiaron la metodología de los criminales terroristas en la guerra antiterrorista. A esta altura cualquier golpe sería agravar mucho más los problemas tal como ocurrió con el golpe de Castro contra Batista que convirtió a Cuba en una cárcel.
Estas son las enseñanzas clave de Tocqueville puestas en contexto de temas institucionales y la muy peligrosa aventura de revoluciones que a esta altura pretenden que las mentes de otros estén exentas del veneno estatista siempre avasallador como una absurda coartada que apunta a saltearse el tratamiento de fondo cual es el tema educativo en una sociedad libre.