Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
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Murray Rothbard cuenta en uno de sus ensayos cómo le gustaba observar el proceso de descomposición o desintegración de un estado. No vió muchos en su vida, pero recuerda especialmente el proceso de descomposición de Vietnam del Sur tras su derrota en la guerra por los guerrilleros del Vietcong y el ejército comunista norvietnamita.
No tanto porque se alegrase de su victoria como porque le permitía observar cómo los vínculos que unen a los miembros de los estados se descomponen y como todo su poder se descompone en instantes como un azucarillo en una taza de café. El fenómeno es fugaz y difícil de percibir porque en poco tiempo el estado descompuesto es sustituido por uno nuevo y no da tiempo a observar el fenómeno, pero los breves días que dura este proceso de descomposición le sirvieron para entender mejor los mecanismos sobre los que se funda un estado y que, desaparecidos, facilitan su extinción aunque sea de forma temporal.
Extinción de los Estados
Los estados, por tanto, pueden extinguirse, como bien ilustra el historiador Norman Davies en su gran libro, Los reinos desparecidos, por incorporación de los mismos a otros bien sea por conquista militar, por alianza matrimonial, por herencia o más escasamente por compra. Desde los comienzos de la edad moderna hasta finales del siglo XIX el proceso fue de incorporación y el resultado estados de mayor tamaño en población y territorio.
Este proceso comenzó a revertirse después de la primera guerra mundial y sobre todo con los procesos de autodeterminación que siguieron a la caída del comunismo. Se me podría decir que lo que resultó en ambos caso fue la sustitución de un estado por otro o por otros y que, por tanto, no hubo ningún tipo de desintegración de un estado existente, pero sí la hubo, aunque como en el caso del Vietnam, el intervalo de tiempo que discurrió entre la desaparición del viejo y la aparición del nuevo sea casi imperceptible para el observador.
Murray Rothbard, Peter Turchin, Alexander Motyl…
No sólo a Rothbard le interesa la decadencia y descomposición de imperios y estados, pues se ha conformado una pequeña rama dentro de las ciencias políticas dedicadas al estudio de estas cuestiones, con trabajos tan interesantes como los de Peter Turchin (Historical dynamics: Why states rise and fall) o los del especialista en política post soviética Alexander Motyl (Imperial ends) en los que se estudian las razones por las que los imperios o los estados totalitarios acaban sistemáticamente cayendo.
Podríamos sumar, ya desde el ámbito de las relaciones internacionales, a trabajos de gran calado como los de Paul Kennedy (Auge y caída de las grandes potencias) o el menos conocido, pero también de gran interés, sobre todo en su parte final, tratado de J.B, Duroselle (Todo imperio perecerá). La mayor parte, no toda eso sí, de los estudios históricos sobre la decadencia de los imperios, el hispano y el romano, son los que mejor conozco, indagan en todo tipo de causas, desde el carácter nacional hasta el clima, pasando por pestes y derrotas bélicas entre otras muchas causas, pero rara vez analizan la cuestión desde la teoría de la organización o la del cálculo económico en el interior de la misma, que es una derivada del viejo teorema de Von Mises sobre la imposibilidad del cálculo económico en una economía socialista.
Cálculo económico socialista
Pero estos estudios citados inciden precisamente en la cuestión desde perspectivas próximas a las de la teoría del cálculo. Motyl, por ejemplo, analiza, siguiendo estudios de burocracia, teoría de la organización y de la información, como los grandes estados e imperios colapsan en muchas ocasiones por problemas de coordinación y de falta de información en los centros decisores, problema que, como es sabido por los aficionados al estudio de la economía austríaca, es el mismo problema que caracteriza a una economía de corte socialista.
Por un lado, las órdenes y directrices no se transmiten bien hacia abajo, pues son distorsionadas por los distintos poderes locales y subestatales o bien por los escalones descendentes en la cadena de mando. Hacia arriba, al contrario, el problema es que toda la complejidad de la vida social y económica de un estado de estas dimensiones se ve severamente simplificada en el proceso, careciendo el decisor imperial de la información necesaria y sobre todo de la capacidad de dar una respuesta adecuada en tiempo real a los distintos cambios que se dan en el complejo entramado social y económico. Para Motyl, como acontece en las empresas, el exceso de tamaño es disfuncional y lleva a medio plazo al colapso imperial o estatal.
Toda esta introducción viene a cuento de algunas declaraciones de altos responsables de seguridad norteamericanos y del propio expresidente de la federación Rusia, Dimitri Medvedev, quienes apuntaron a una hipotética desintegración de Rusia en muchas unidades políticas en el hipotético caso de que esta saliese derrotada o severamente dañada de la actual confrontación con Ucrania.
Una derrota de Rusia
A comienzos del siglo XX, el líder nacionalista polaco y futuro primer ministro Josef Pilsudski planteó una doctrina, que lleva su nombre, encaminada a debilitar al enemigo secular de los polacos, el imperio ruso o su continuación, la URSS (que aún no se llamaba así) con el que Polonia libró una cruenta guerra por su supervivencia de 1919 a 1921.
Animado por un fiero anticomunismo, Pilsudski propuso crear una coalición de todos los pueblos no rusos, incluida Ucrania, pero muy especialmente los bálticos, de la nueva federación de repúblicas para levantarse al unísono contra su opresor, heredero del imperio zarista, independizarse y servir de tapón al expansionismo ruso. También propuso una federación de los nuevos estados del este de Europa, muchos resultados de la implosión del viejo imperio austro-húngaro, para bloquear el acceso de Rusia al resto de Europa, como estrategia para refrenar a tan temible enemigo. Como se puede observar, la idea de fragmentar Rusia no es una idea nueva fruto de la imaginación de los geoestrategas de la OTAN.
La idea que se plantea por estos últimos y que teme Medvedev es la de que una derrota rusa o una no victoria que no se puede vender internamente puede tener consecuencias letales para el propio estado ruso y poder, por tanto, asistir a la descomposición en directo de un estado, evento que es difícil de observar en nuestros tiempos y que para un analista especializado, especialmente si no es cruento como lo fue la descomposición de la vieja URSS, sería bien digno de estudiar.
Dinámica secesionista
No entra dentro de lo probable que este evento se produzca, pero tampoco es algo que se pueda descartar como imposible. Después de todo, nada es imposible en el ámbito de la política, como hemos podido contratar una y otra vez a lo largo de la larga historia del mundo. En caso de una derrota militar es muy probable que la élite dirigente rusa actual sea parcialmente depuesta por elementos emergentes dentro de la misma, aliados a grupos descontentos de fuera de ella, dándose muy probablemente divisiones dentro de la misma. Es conveniente recordar que la élite política que conforma un estado moderno sólo puede ejercer su dominio si opera de forma unificada para dominar a la población. Una división conflictiva dentro de la misma es la antesala de una revolución o una guerra civil.
A esto hay que sumar otro factor, que es el de que en el caso de una hipotética derrota militar en el frente ucraniano, el ejército ruso volvería seriamente dañado y con su capacidad de intervención en el interior del país muy mermada. Esto es, al igual que el ejército ruso no fue quien de ayudar a sus aliados armenios en su guerra con el Azerbaiyán y eso a pesar de estar ligado por tratados de asistencia mutua al estilo de la OTAN, es muy probable que careciese de capacidad de reprimir revueltas secesionistas en algunos de los muchos territorios de la actual Federación que pudiesen estar tentados de hacerlos. E incluso en territorios federados que en principio no han manifestado tales pulsiones, al igual que en la implosión de la URSS, muchas repúblicas simplemente se unieron a la dinámica secesionista simplemente por oportunismo por parte de sus élites dirigentes.
El caso checheno
El caso checheno podría ser un excelente ejemplo para ilustrarlo. Los chechenos libraron dos cruentas guerras por su independencia de Rusia sufriendo una severa derrota en la última de ellas , con miles de bajas y con la destrucción de su capital incluida. Desde entonces, no hace más de veinte años, parecen comportarse como súbditos leales del estado ruso, gobernados a través de líderes impuestos con la aquiescencia de Moscú.
Su lealtad puede comprobarse en la actual guerra de Ucrania donde sus experimentados soldados dirigidos por Ramzan Kadirov hijo a su vez de uno de los caudillos de la primera guerra de independencia, y actual presidente de la república chechena, combaten con fiereza a las órdenes del régimen de Putin y son una de sus principales fuerzas de ocupación, al margen del ejército regular.
La segunda guerra de independencia chechena fue ganada con gran esfuerzo y despliegue de medios por el régimen ruso, dudándose incluso a veces de su capacidad de doblegar a los señores de la guerra que combatían por su territorio. Esto es fue necesario un ejército operativo y grandes esfuerzos para poder derrotar a los insurrectos. La pregunta es si esta victoria podría llegar a repetirse en el caso de no contar con un ejército en buenas condiciones de moral y medios, en el caso de que Kadyrov decidiese imitar a su padre y cambiar de bando, abandonado a los hipotéticamente derrotados rusos.
Cortar los lazos
También cabría cuestionar la capacidad de un ejército en tal estado de lograr sofocar revueltas semejantes y, sobre todo, simultáneas en otros territorios desafectos al poder central ruso, quienes podrían, cómo no, aprovechar la oportunidad y declararse soberanos al igual que muchas repúblicas federadas lo hicieron hace treinta años. Evento este que sin duda apoyarían ucranianos y otros enemigos del actual régimen ruso. Todo ello son contar que en el espacio ruso existen varios territorios en una situación de soberanía suspendida, esto en una suerte de limbo jurídico mantenido así por el actual poder. Territorios como la Transnitria, kaliningrado, Osetia del Sur o Abjasia vería su status cuestionado en caso de derrota severa y serían probable presa de sus vecinos o cortarían los lazos con Rusia.
Este que hemos descrito es un escenario imaginado y sin visos de realizarse, aunque como vimos ya ha sido teorizado en el marco de esta guerra, pero que no para nada inimaginable y que podría ofrecer de nuevo la posibilidad de ver en directo la descomposición de un estado. No tengo duda de que el viejo Rothbard lo habría descrito con precisión.