Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
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En un muy amable artículo, el señor Herrera discute mi optimista visión del trabajo como un factor conducente a la prosperidad. Lo cierto es que el concepto precisa de desarrollo, más allá de su invocación como virtud en el discurso que tuve el honor de realizar como premiado por el Instituto Juan de Mariana.
De hecho, es el factor de producción que menos interés ha despertado dentro de la escuela austríaca, que cuenta con elaborados estudios sobre el capital o el factor tierra, pero casi ninguno sobre la importancia del trabajo, más allá, claro está, del estudio de la determinación de los precios del mismo, los salarios, o del intervencionismo estatal en sus mercados.
También en las críticas al marxismo, los austríacos se detienen en su crítica a la idea tan extendida en el pensamiento económico del valor trabajo. Pero no se da hasta donde se me alcanza ningún estudio sistemático que ponga en valor al trabajador y su esfuerzo en un modelo de economía capitalista, centrándose la inmensa mayoría de los trabajos en el análisis del empresario o a la función empresarial.
Con la excepción del único libro que pude encontrar al respecto (seguro que existen y agradezco sugerencias) de James Buchanan Ética y el progreso económico, que ni siquiera es un tratado sobre el tema, sino una selección de conferencias en las que un par de ellas se refieren al tema no conozco ningún otro. Sí los hay sobre otras virtudes del capitalismo, como los de Deirdre McCloskey.
Reconociendo el punto de vista marxista
Ya con repasar la muy escasa bibliografía de este libro nos damos cuenta de que no existe mucha bibliografía académica. Y de hecho tenemos que recurrir a libros victorianos de autoayuda, como los de Samuel Smiles, para encontrar alguna loa al trabajo. Ni siquiera en el ámbito de la literatura, libertaria o no, se otorga valor al trabajador. El empresario es siempre el héroe que hay que imitar. Los trabajadores no están dotados casi nunca de valores positivos. Hay que reconocerle al marxismo que si sabe valorar en lo que vale el obrero o el trabajador, lo dignifica y le otorga incluso una función clave en el devenir social.
El marxismo, si bien intenta dignificar al trabajador, no hace lo mismo con el trabajo en sí que acostumbra a considerar una suerte de maldición. Desde los escritos del yerno de Marx, Paul Lafargue, como su célebre El derecho a la pereza, pasando por el mítico La abolición del trabajo del anarquista Bob Black, escrito en los años 70 del pasado siglo, la inmensa mayoría de los escritores de esta corriente han atacado el trabajo de todas las formas posibles e ideado mil y un esquemas para su abolición, buscando modelos sociales en el que este extinga o cuando menos se reduzca radicalmente.
Especialmente en los últimos años este tipo de trabajos arrecian y los estantes de las bibliotecas de ciencias sociales se ven literalmente inundados por libros y ensayos en esta línea, algunos paradojicamente de ellos muy eruditos y bien trabajados, como el excelente Inventar el futuro: Postcapitalismo y un futuro sin trabajo de Alex Williams y Nick Srnicek.
El mito de la era de oro
En muchos de estos libros se contrasta la situación actual del trabajo, que supuestamente sería cada vez más exigente, alienante y peor retribuido con alguna suerte de situación ideal en algún punto del pasado. Este pasado acostumbra a ser la llamada edad de oro del proletariado, los treinta gloriosos años a los que se refieré Fourastié, que coincidiría con los años de reconstrucción de la postguerra de la segunda guerra mundial y que según este imaginario serían unos años de mejora continua de las relaciones laborales combinados con el establecimiento de las bases del estado del bienestar.
Los más utópicos, en cambio, prefieren ir más atrás en el tiempo y cantan una suerte de edad de oro perdida con la aparición de la agricultura y el patriarcado. Inspirados en la obra de Marshall Sahlins, La economía de la edad de piedra (un gran y hermoso libro, por otra parte) o en las teorías anarcoprimivistas de, entre otros, John Zerzan estos autores reclaman una sociedad con un tiempo de trabajo mínimo, centrado en la caza y recolección y una gran disponibilidad de tiempo de ocio para poder disfrutar de forma comunitaria. Esto es su ideal, sería la abolición completa del trabajo y por consiguiente de la civilización industrial a la que culpa de la mayor parte de los males que nos aquejan.
La tecnología
Otros críticos del trabajo, más tecnológicos a su vez, buscan aprovechar la innovación tecnológica, últimamente la Inteligencia artificial o la robótica, para reducir o eliminar la necesidad de trabajar. Este es un viejo tema, expuesto en una poca conocida novela de Kurt Vonnegut, La pianola, en la que sólo una pequeña élite de ingenieros y obreros especializados trabajan programando y atendiendo a las máquinas y el resto de la población, que vive en barrios distintos de los de la élite del trabajo, subsisten de un sueldo estatal. Una especie de renta básica de ciudadanía a la que de forma premonitoria anticipa.
La mayoría de la literatura actual sobre la abolición del trabajo es muy rica en ideas para no trabajar y así se hacen propuestas de reducir la jornada laboral, reducir los días de trabajo o repartir los mismos entre varias personas. Todo ello, por supuesto, sin alterar los salarios percibidos y sin explicar como el encarecimiento de la mano de obra no afectará a la cantidad de horas de trabajo demandadas por los empleadores.
Surfistas ociosos
Entre estas propuestas, la que sin duda ha tenido más éxito es la de establecer una renta básica de ciudadanía financiada con impuestos, de tal forma que el trabajo se convirtiese en algo optativo, pudiéndose así lograr el sueño de una vida si trabajo, aunque con un modesto pasar. Lo que no se explica es cómo se financiaría si todos hiciesen uso de este derecho a una vida sin la esclavitud del trabajo y todos quisiesen cobrar sin producir nada de valor. Entiendo que la propuesta presume que los más laboriosos estarían encantados de mantener a ociosos surfistas (el ejemplo es de Van Parijs, no mío) y no hacer uso de su derecho al ocio. Y, por supuesto, con unos impuestos más elevados para poder financiar la medida. Si se quiere leer sobre el tema, el profesor Rallo le ha dedicado un muy interesante tratado en el que se discuten los pros y los contras de esta política.
Las propuestas de reparto de trabajo también cuentan con un elevado nivel de sofisticación. Pero sólo podrían valer para determinado tipo de trabajos, y suponiendo que los requisitos de cualificación para acceder a los mismos no sean muy relevantes, pues los defensores de la medida parecen referirse al trabajo como algo abstracto y homogéneo, cuando lo que existen son trabajos concretos, algunos de fácil sustitución y otros no. Y, por tanto, presumen que la producción en cantidad y calidad va a ser la misma que antes del reparto. Y en consecuencia que el salario será el mismo y que los trabajadores están dispuestos a renunciar a una parte de sus ingresos, salvo que lo que se pretenda sea encarecer el trabajo al cobrar lo mismo por menos horas. Dudo que así se incremente la oferta de trabajos por parte de los empresarios, pero a pesar de ellos.
La condena del trabajo
Pero todas estas propuestas buscan hacer uso de medidas políticas para regular las nuevas relaciones laborales fruto del cambio tecnológico. Pocos hacen referencia a la espectacular subida de salarios y reducción de la jornada laboral que ha acontecido en los últimos cien años en casi todo el mundo, sin necesidad de grandes regulaciones, como resultado de la intensificación de las relaciones capitalistas de producción y la apertura de cada vez más países a este sistema político-económico.
Prácticamente, no hay propuestas en la línea de intensificar la capitalización de la economía, que es a mi entender la única forma posible de cuadrar el círculo de una mejor remuneración con la misma o incluso con una menor jornada de trabajo. Y sobre todo prácticamente todos ellos carecen de matices a la hora de describir el trabajo, que es casi una plaga bíblica.
El recurso a la definición etimológica del trabajo como una evolución del viejo tripalium, forma de tortura romana, es casi universal. Viendo tal maldad, no es de extrañar que se quieran establecer todo tipo de límites a las horas trabajadas, algo que no se hace, por ejemplo, con las horas de diversión en discotecas o afters o con la práctica de deportes de riesgo, que pueden suponer un mayor esfuerzo físico que el propio trabajo y que pueden ser en muchas ocasiones más arriesgadas para la salud que muchos de los trabajos más comunes a día de hoy.
La condena legal del trabajo
Todo eso sin contar con que algunas de estas actividades de ocio pueden tener consecuencias adversas a nivel social. No mejoran la producción de bienes ni la vida de los demás y que pueden constituir una enorme pérdida de tiempo en muchos aspectos que podría aplicarse a otros usos (esto es obviamente una opinión subjetiva).
Pero no se lea esto como una propuesta de regulación de tales actividades, que los ciudadanos deben ser muy libres de hacer si así lo desean, sino como una reflexión sobre la distinta e injusta valoración que por parte de los críticos del trabajo se hacen de este. Al revés, hay quien haciendo uso también de su subjetividad decide trabajar más horas, bien sea por ganar dinero, sea por adquirir experiencia o relaciones, o bien porque disfruta con lo que hace. Puede que sea animado a dejar de hacerlo, cuando no sancionado, atendiendo a algunas propuestas de reformas legislativas recientes, como las que quieren prohibir enviar correos fuera de horario laboral para adelantar trabajo (algo que no debería tener mayor problema siempre que no se obligue al destinatario a responderlos fuera de su horario laboral). Parece que lo sancionable es querer ser trabajador y no otros usos del tiempo que no sé por qué razón son considerados más nobles.
Falta, pues, por nuestra parte, ofrecer una visión más positiva del trabajo y exponer sus virtudes que son muchas. En otro artículo intentaré exponer cuáles pueden ser esas virtudes y porque estas constituyen la base de una sociedad próspera e incluso podríamos decir, más libre.