Por Warren Orbaugh
República, Guatemala
Muchas personas cuando leen el título del libro de ética de Ayn Rand, La Virtud del Egoísmo, se sorprenden, escandalizan, indignan, perturban y preguntan ¿cómo puede el egoísmo ser una virtud? Están acostumbradas a la idea de que el egoísmo es algo malo. Les han enseñado que lo bueno es lo contrario al egoísmo. Lo bueno, les han dicho, es la abnegación o altruismo.
El término altruismo fue acuñado en 1851 por Augusto Comte (1798-1857) como parte de su filosofía Positivista. En realidad la acuñó, no para oponerla como doctrina al egoísmo sino al individualismo. El individualismo es la doctrina política de la ilustración y de los padres fundadores de Norteamérica (Jefferson, Franklin, Adams, Hamilton, etc.) que afirma que el individuo tiene derecho inalienable a su vida, su libertad, su propiedad y a buscar su propia felicidad. Derecho a vivir su vida como quiera según lo disponga. Derecho a actuar según su mejor juicio para alcanzar su felicidad como la entienda. Derecho a disponer de sus cosas para lo que desee según considere conveniente. Como el derecho a buscar la propia felicidad implica que las acciones de uno busquen el provecho propio, o sea, tengan un fin ético egoísta, el altruismo se opone a éste por implicación. El altruismo es la doctrina política que afirma que el individuo no tiene derechos sino sólo obligaciones para con los otros. Comte insiste en que los individuos no tienen derecho alguno. De hecho sugiere borrar el término ‘derecho’ del diccionario político:
“La idea de derecho debe desaparecer de lo político, así como la idea de causa del dominio de la filosofía. …El positivismo nunca admite nada más que deberes, de todos para con todos. Para su persistente punto de vista social no puede tolerar la noción de derecho, basada constantemente en el individualismo. Nacemos cargados de obligaciones de todo tipo, para con nuestros predecesores, nuestros sucesores, y nuestros contemporáneos. Posteriormente estas obligaciones sólo crecen o se acumulan antes de que podamos repagar algún servicio. ¿En qué fundamento humano podría entonces apoyarse la idea de derecho, cuando razonablemente debería implicar algún rendimiento previo? Cualesquiera que sean nuestros esfuerzos, la vida más larga, bien empleada, jamás nos permitiría pagar sino una parte imperceptible de todo lo que hemos recibido…Todo derecho humano es tan absurdo, como inmoral…
“Al complacer el más personal de nuestros actos, más allá de lo que realmente se requiere para sostenernos, estamos cultivando, en tanto posible, el egoísmo a expensas del altruismo; ya que superamos nuestra simpatía involuntaria por todo aquel que en el momento necesita comida.”
[Auguste Comte, El Catecismo de la Religión Positivista, Conversación XI, “Vida Pública”.]
Sin embargo la idea de que la abnegación es buena no es original de Comte. Desde tiempos remotos e inmemoriales hubo una coalición perversa entre dos tipos que anhelaban el poder de controlar a los demás: el monarca y el sumo sacerdote. El monarca utiliza la fuerza para obligar a los demás a rendirse ante sus exigencias. El sumo sacerdote inventa la justificación para el uso de la fuerza del monarca. La justificación consiste en el relato revelado sólo al gran sacerdote, naturalmente, que los dioses designaron al monarca y al sumo sacerdote empoderándolos para que guíen a su pueblo según un determinado código político-ético. Este código pervierte el principio fundamental de la vida, que es la auto-preservación, al sostener como ideal moral la abnegación, que es el sacrificio o auto-destrucción de la propia vida, al ponerla en manos de la voluntad del monarca y del sumo sacerdote. Estos últimos convencen a sus subordinados de que a los dioses les agrada y por tanto exigen, las ofrendas humanas. Como esta idea es contraria al sentido común, el gran sacerdote la vende como una transacción que promete a cambio del sacrificio de esta vida una vida plena de felicidad en otro plano de existencia, como premio al actuar según la voluntad de los dioses.
Ejemplos históricos abundan: los sacrificios humanos diarios en honor a Huitzilopochtli practicados por los aztecas, los de niños mayas e incas en el ritual capac cocha, los sumerios que sacrificaban al rey por un día después de la consumación del rito de copulación con Inanna representada por la sacerdotisa, los minoicos –el caso de Agamenón que sacrifica a su hija Ifigenia, los egipcios y chinos que enterraban a sirvientes y oficiales para que sirvieran al faraón o emperador chino en la otra vida, los hebreos –los casos de Isaac hijo de Abraham, la hija de Jefté, todos los jefes del pueblo que Moisés ejecuta para apaciguar la ira de Dios sobre Israel, el de Jesús de Nazaret para que Dios perdonara los pecados de los hombres–, los vikingos que inmolaban a sirvientes junto al difunto conde para servirle en la otra vida y las ofrendas en honor a Odín, etc. Como recurso para usar a los hombres para sus fines de guerra, pillaje y conquista, el monarcas y el sumo sacerdote prometían por medio de su doctrina a quienes morían en combate, una vida de placer en el Valhala según vikingos y germanos, en los Campos Elíseos según los romanos, en el Paraíso con esposas purificadas según los musulmanes, etc.
El altruismo como código ético es pérfido vil y cruel. Es un código anti-vida. Es un código que condena el que las acciones del individuo vayan dirigidas a fomentar su vida. Y cuando la mayoría de personas usan la palabra “altruismo” queriendo significar benevolencia e ignorando su significado real, creyendo que dicen: ayudar a otros sin esperar recompensa, lo que en realidad hacen es ayudar a propagar este nefasto código. Este uso coloquial es en realidad un eufemismo del significado original de dicha palabra, que desinforma a quienes la usan al descontextualizarla.
El altruismo no es un código ético que permite que uno sea benevolente. No se trata de que uno ayude a otro cuando y si uno puede. Lo que exige, es que uno subordine sus propios intereses a los intereses de otros. Como obligación moral, los otros deben tener el primer lugar en la vida de uno. El altruismo no se puede practicar consistentemente. La exigencia altruista es una contradicción que sólo puede conducir a la muerte del individuo que quiere ser moral según este código. La abnegación, lejos de ser buena, es mala para quien la practica. Pero si quiere vivir, un auténtico altruista se sentirá siempre culpable cada vez que coma, pues siempre habrá otro que necesite el bocado de comida que se lleva a la boca. Y no sirve de mucho tratar de zafarse de esta contradicción, afirmando que uno debe reservar para sí, sólo lo mínimo necesario para poder seguir sirviendo a los otros. ¿Cuánto es lo mínimo necesario? ¿Por qué las necesidades del otro son más importantes que las propias? Ni el altruismo ni nadie pueden responder a estas preguntas.
El altruismo exige que uno considere la vida del otro como un valor, pero la propia no; exige que uno considere el beneficio del otro como un valor, pero el propio no. Pero, ¿cómo puede una persona que no se valora a sí misma, valorar a otro?
La contradicción que plantea el altruismo conduce al menoscabo de la autoestima y finalmente al cinismo. Como, si uno desea vivir no puede practicar el altruismo consistentemente, se estima a sí mismo como inmoral, como pecador y se ve obligado a suplicar por su redención justamente a aquellos que le impusieron este código impracticable. De allí la insistencia de los predicadores del altruismo de convencer a sus seguidores de que todos son pecadores. Este complejo de culpabilidad inducido por la exigencia de seguir un código imposible, ata a los adeptos a un círculo vicioso de dependencia de quienes los condenan y quieren controlar. El altruismo es un código ético heterónomo.
El altruismo enfrenta al individuo a esta dicotomía: si uno desea vivir, no puede ser moral, y si uno desea ser moral, no puede vivir. Crea un divorcio entre moralidad y práctica. El hombre ve la moral con cinismo pues piensa por tanto que ésta es impráctica. Pero esto no es cierto. Es el altruismo el que es impráctico por ser impracticable, porque desde su concepción se diseñó, no para servir de guía de cómo vivir bien, sino como instrumento para manipular, operar y utilizar a los individuos, cual piezas de ajedrez o cosas para servir los intereses de sus gobernantes. La abnegación sólo es buena para los verdugos que sacrifican a sus víctimas. No es casualidad que sea éste código al que apelan y recurren las dictaduras socialistas, comunistas y teocráticas para sacrificar a sus pueblos. Basta ver la frecuencia con que invocan el altruismo en sus discursos dictadores como Lenin, Stalin, Hitler, Castro, Chávez, Khomeini y demás malas hierbas.
¿Ahora, qué es lo que hace la gente con sentido común? ¿Qué hace usted cuando aconseja a sus hijos? Si hace frío, ¿les dice que se cubran para no enfermarse? Si van a una fiesta, ¿les aconseja no beber demasiado? ¿Les aconseja no manejar en estado de ebriedad para evitar morir en un accidente? Si van al mar, ¿les aconseja respetar al mar? ¿Les enseña que para salvar su vida, en caso sea necesario, naden paralelo a la playa en lugar de en contra de las olas? Si desea que tengan éxito en la vida, ¿les aconseja que estudien, que sean diligentes, que no despilfarren y malgasten su dinero? Si se enferman, ¿los lleva con el médico y les da las medicinas que este receta? Si quiere que sean fuertes y sanos, ¿los lleva al gimnasio para que hagan deporte y se fortalezcan? ¿Acaso no les está enseñando a valorar sus propias vidas? ¿Acaso no les está enseñando a valorar su integridad física? ¿Acaso no les está enseñando a cuidarse a sí mismos? ¿Acaso no les está enseñando que su propia vida y propia felicidad es de interés personal para ellos mismos? ¿Acaso no les está enseñando que lo bueno consiste en preocuparse por su propio interés objetivo, de buscar lo que les es ventajoso, de perseguir lo que fomenta su vida, de actuar para preservar su vida y su salud, de buscar vivir una vida feliz y plena?
Lo que la persona usando su sentido común enseña a aquellos que valora, que quiere, es a que actúen según el egoísmo ético, que consiste en obrar para su propio interés objetivo.
Pero, el egoísmo no es una virtud. Una virtud es la acción habitual para conseguir y/o conservar un valor que fomenta la vida El egoísmo no es una acción. El egoísmo es el concepto ético que expresa que el propósito de la acción debe ajustarse al principio natural fundamental de la vida. El principio fundamental establecido por la naturaleza misma de la vida es el principio de auto-preservación. Consiste en que el organismo se valore a sí mismo, valore su vida y por tanto, adecúe su conducta al propósito de mantenerse en existencia y conservar su vida, consiguiendo y/o conservando aquellos valores que lo beneficien. Si el organismo no se estima a sí mismo, si no valora su vida y por tanto no actúa para sustentarla, muere, deja de existir. Este principio establece el fin natural, el propósito último de la acción del organismo: mantenerse con vida. Es decir, es de su interés personal, por su naturaleza misma, el perseguir aquellos valores que favorezcan su vida, una vida feliz y plena.
Pero el hombre debe descubrir lo que es objetivamente de interés para él, lo que realmente fomente su vida humana. Este conocimiento no es innato. Tampoco sus deseos o anhelos arbitrarios son garantía de que éstos son en su mejor interés. Debe identificar objetivamente y así valorar –actuar para alcanzar y conservar –aquello que verdaderamente promueve su vida como humano. Para esto debe procurar razonar bien, ya que la razón es su única facultad para conocer la realidad al identificar e integrar el material proveído por sus sentidos. Razonar bien, con lógica, es pues, su virtud cardinal, de la cual se derivan todas las demás. El egoísmo ético o racional es un código autónomo que establece que el estándar de valor es la vida del hombre y el propósito ético de cada individuo es el florecimiento de su propia vida.
La virtud del egoísmo es la racionalidad o sensatez.
El egoísmo racional consiste en adecuar uno su conducta, con el fin del provecho propio, a la dirección de la razón. Consiste en identificar lo que realmente es de interés propio, a corto y largo plazo: es de interés propio razonar bien; es de interés propio ser productivo y laborioso y cooperar con otros en sociedad mediante la división del trabajo y el comercio de bienes y servicios; es de interés propio cuidar la salud física y mental; es de interés propio no falsear la realidad; es de interés propio cuidar y proteger a los seres queridos; es de interés propio proveer para el futuro; es de interés propio juzgar objetivamente el carácter de los semejantes; es de interés propio ser justo; es de interés propio ser honrado; es de interés propio ser sincero y confiable; es de interés propio ser cortes y amable con aquellos que pueden ser socios potenciales en la sociedad; es de interés propio ser benevolente, pues es de interés propio fomentar un ambiente benevolente para todos.