Por Gina Montaner
El multimillonario Elon Musk no rehúye las polémicas. Más bien, busca provocarlas y parece disfrutar el gran revuelo que suscita, sin importarle las consecuencias que puedan tener sus, por llamarlas de alguna manera, travesuras.
El impulsor del auto Tesla y de ambiciosos proyectos espaciales se empeñó en comprar Twitter con el fin de que la red social se convirtiera en una plataforma sin censura alguna, siguiendo los principios libertarios que defiende. Desde que adquiriera la compañía, que ahora se denomina X, Musk ha alentado cualquier tipo de publicación, por políticamente incorrecta o falsa que sea, en nombre de la libertad de expresión que defiende a ultranza. De hecho, siempre respaldó que se levantara el veto que en su día Twitter le impuso al ex presidente Donald Trump por las teorías de conspiración e infundios que propagaba. Sin embargo, finalmente Trump no ha hecho uso de X, contento con la plataforma de la que se sirve para sus intereses y fines políticos.
El primero que se beneficia de la manga ancha de la que ahora goza X es el propio Musk, quien en numerosas ocasiones se ha dedicado a retuitear falsedades que pululan en los más oscuros rincones del universo virtual. Además de sus simpatías con el trumpismo y el ala más radical del partido republicano, el magnate tecnológico suscribe prejuicios antisemitas que ha diseminado por medio de sus tuits. Se trata de teorías de conspiración que culpan a los judíos de casi todos los males del mundo (George Soros suele ser el “hombre del saco” en muchas de estos sospechosos foros) y que Musk ha divulgado sin el menor recato.
Más de un anunciante ha abandonado X por no querer que su producto esté vinculado a este despropósito. La respuesta de Musk ha sido la de mandar “a la mierda” a las empresas que ejercen su derecho de invertir donde les parezca más adecuado. También las protestas de la Liga Anti Difamación y otros grupos que denuncian el racismo y la xenofobia no se han hecho esperar ante el tufo antisemita del señor Musk que, ni corto ni perezoso, viajó a Israel para “blanquear” su mala imagen en pleno conflicto palestino-israelí después de los actos terroristas de Hamás. También el primer ministro Benjamín Netanyahu aprovechó tan extravagante visita en un doble operativo de relaciones públicas, por parte de un jefe de Estado que lidia con una crisis de imagen y de un empresario que pretende ocultar su antisemitismo con el golpe de efecto de un tour fríamente calculado para su beneficio. Lo que no queda claro es que ganó Netanyahu paseándose en tan delicado momento con un personaje tan poco fiable como el nuevo dueño del antiguo Twitter.
Después de su puesta en escena en Israel, Musk se metió en otro lío al hacerse eco en X de una vieja teoría de conspiración que se desató en plena campaña electoral en 2016. Como parte de las campañas difamatorias contra Hillary Clinton, en aquel entonces circuló el bulo de que la aspirante a la Casa Blanca lideraba, junto a otros miembros del Partido Demócrata, una red de pederastia que operaba en las alcantarillas de Washington D.C. Eran publicaciones que se generaban en las entrañas más oscuras de las redes sociales y vinculadas al embrión de QAnon, escupidero en internet de todo tipo de teorías de conspiración. Su oponente, Trump, no perdía tiempo en divulgar una calumnia que llegó a conocerse como `Pizzagate´ porque supuestamente los abusos se cometían en los bajos de una popular pizzería. Fue tal la dimensión de aquella falsedad, que un sujeto de Carolina del Norte, radicalizado por aquellos rumores, viajó hasta la capital política armado con un rifle de asalto para “poner a salvo” a los infantes de los “pederastas” demócratas”. El hombre llegó a disparar sin que, por fortuna, hubiera víctimas que lamentar y se encontró con la sorpresa de que no había sótanos con niños que rescatar de las fauces de Clinton y su campaña electoral. El sospechoso cumplió cárcel, no sin antes declarar en el juicio que había sido víctima de teorías de conspiración que llegó a creer ciegamente.
Seis años después ha vuelto a aflorar en las alcantarillas de internet el infausto `Pizzagate´ y resulta ser que Musk lo retuiteó alegremente, a pesar de que se trata de algo que carece de toda credibilidad y produjo un episodio violento que pudo haber acabado en masacre. Una vez más, y poco después de su “desliz” antisemita, Musk levantaba una polvareda. Chapoteaba en su salsa.
Además de su inclinación por las teorías de conspiración más tóxicas, de todos es sabido que al multimillonario entrepreneur le gusta tirar la piedra y, acto seguido, esconder la mano. En los casos en los que ha propagado falsedades, poco después ha borrado los tuits, algo que sirve de poco en una era en la que resulta casi imposible eliminar el rastro de las pifias que se cometen. Lo hizo con los comentarios antisemitas y lo ha vuelto a hacer con la infamia del ´Pizzagate´. Elon Musk se vale de su carísimo juguete –la adquisición del antiguo Twitter le costó 44 mil millones de dólares– para entretenerse con sus peligrosos juegos y avivar fuegos.
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