Por Warren Orbaugh
República, Guatemala
n mis artículos anteriores, debido a que noté algunas interpretaciones equivocadas de lo que dice Ayn Rand (las que se dan porque el lector sustituye los términos de la autora por los propios), aclaré que ella concibe que la realidad es todo cuanto existe independientemente de que el hombre lo quiera o no; al hombre como ser racional, y la razón como la facultad de éste para identificar e integrar la información que le proveen los sentidos; el egoísmo ético como la moralidad del interés propio racional, que es en términos conceptuales el principio de autoconservación de todo organismo vivo; la Racionalidad como la virtud básica del egoísmo ético, que consiste en ejercitar constantemente la mente, de estar en contacto con la realidad, de no evadir, para así identificar lo que a uno le es de provecho y distinguirlo de lo que a uno le es perjudicial, y actuar en consecuencia, buscando lo primero y evitando lo segundo; que todas las demás virtudes específicas son una forma de Racionalidad; y que la Productividad, otra virtud cardinal, es el ejercicio de aplicar la racionalidad a la adaptación de la naturaleza para uso humano, de crear bienes demandados, valores materiales, ya sean bienes o servicios, es decir, de crear riqueza. La Productividad es pues, una virtud porque hace posible la vida humana, que es el fin último de toda acción del hombre como lo estableció con el concepto del egoísmo ético.
Quiero ahora examinar la respuesta emocional que Rand calificó como «odio a lo bueno por ser lo bueno» causada por la malinterpretación de los conceptos antes aludidos y en especial con respecto a una virtud de su teoría moral, que a mucha gente le cuesta aceptar como tal, la Productividad.
Consideremos primero el postulado de Aristóteles de que toda acción humana busca algún bien. O como lo reformuló Ludwig von Mises, toda acción humana es conducta deliberada y voluntaria que busca pasar de una condición que se considera insatisfactoria a una que se considera más satisfactoria. O como lo enunció Ayn Rand en términos morales, la acción virtuosa persigue conseguir y/o conservar un valor objetivo, es decir, un valor que en efecto beneficia o favorece la vida del agente. El fin último de toda acción es la propia vida del individuo que actúa. Es ésta el estándar que determina la jerarquía de sus demás valores, los que son medios para alcanzar este fin último.
El estándar es un principio abstracto que le sirve al hombre de referencia para calibrar sus elecciones en el intento de alcanzar un propósito específico y concreto. Aquello que se requiere para sobrevivir como humano en cuanto humano es un principio abstracto que aplica a todo hombre. Y la aplicación de este principio a vivir la vida apropiada a un ser racional es el propósito individual de cada hombre. Y para vivir la vida apropiada a un ser racional, con toda la comodidad que su razón pueda procurarle, el hombre debe crear aquellos valores materiales o medios que le faciliten los bienes de consumo requeridos a tal propósito. Porque un medio de transporte, como un automóvil o un aeroplano, que lo lleve a su destino con celeridad no se da en la naturaleza, debe ser creado. Porque un medio de limpieza, como una lavadora automática, que le libere tiempo para hacer otras cosas no se da en la naturaleza, debe ser creado. Porque un ordenador y un programa de análisis de estructuras por sistema de elementos finitos, para proyectar y construir un rascacielos que le brinden espacios para habitar y trabajar no se dan en la naturaleza, deben ser creados. Porque alimentos al instante, como un McMenu que le liberen de cazar o recolectar su comida, para así disponer del tiempo para producir otros valores, no se encuentran en la naturaleza, deben ser creados. Y es por esto por lo que la Productividad es la virtud que hace posible y enriquece la vida humana.
Otro punto por considerar es el hecho de que el hombre, gracias al uso de su razón, se da cuenta de que la labor en cooperación con otros hombres es más fecunda que la que puede hacer solo, y para eso inventa la cooperación social mediante la división del trabajo y el intercambio de bienes producidos o comercio. Se asocia con otros hombres porque se percata que la sociedad es el medio para que cada uno alcance sus fines personales.
Es de su propio interés asociarse con otros hombres productivos. La sociedad es pues, producto de ese egoísmo racional o egoísmo bien entendido. Y el propósito mismo de la sociedad (que cada uno consiga lo que le sea de interés propio), define quienes no son de valor para la misma. Aquel que pretende sobrevivir saqueando, robando, defraudando, asesinando a otros, no es de ningún valor para aquellos que pretenden vivir produciendo e intercambiando sus productos por los productos de otros. Sólo el que esté dispuesto a entregar valor a cambio de valor es de utilidad y, por tanto, un valor, para los demás.
Ahora, cada uno en la sociedad se entera de que y cuanto demandan los otros asociados por medio de un sistema de comunicación sencillo por ser binario: el sistema de precios. El precio es el acuerdo entre comprador y vendedor de la cantidad de bienes que aceptan intercambiar. Esta información dice básicamente “quiero o no quiero” dar mis bienes por la cantidad de bienes ofrecidos. Le da a los asociados los datos para que cada quien haga su cálculo económico y así determinar si puede o no derivar ganancia o lucro dedicándose a producir determinados bienes. Su afán de lucro, que es el de crear valores demandados, y la información proveída por los precios en el mercado, le sirven de brújula para evaluar e indicarle donde su esfuerzo será más recompensado de acuerdo a sus habilidades.
Entonces, el vínculo crucial entre cognición y la regulación de la acción es la evaluación. La evaluación es el proceso de identificar la relación beneficiosa o dañina de algún aspecto de la realidad con uno. La evaluación genera deseos, emociones y fines. Y la emoción es una respuesta a un objeto que uno percibe (o imagina), como un hombre, un animal, un evento. El objeto por sí mismo no tiene el poder de invocar emoción alguna en el observador.
La emoción sólo se da si el observador aporta dos elementos intelectuales que son condiciones necesarias: Primero, el observador debe saber lo que es el objeto percibido. Debe comprender algo de éste o identificarlo, ya sea que su conocimiento o identificación sea verdadera o falsa, específica o generalizada, explícita o implícita. Si no lo identifica, el objeto percibido no tiene significancia alguna para él; es nada. Cognitivamente es un espacio en blanco al que nadie podría responder.
Segundo, el observador debe evaluar el objeto percibido. Debe concluir si es bueno o malo, deseable o indeseable, si fomenta sus valores o los destruye. Sus juicios de valor pueden ser explícitos o implícitos, razonables o contradictorios, bien definidos o vagos, conscientes o no identificados o hasta reprimidos. Sin importar la forma en que el observador tenga sus valores, debe estimar al objeto de acuerdo con éstos. Si no, aunque sepa lo que es el objeto, éste es evaluativamente un papel en blanco para él. Tal objeto no puede producir respuesta emocional alguna, ya que el observador no lo considera ni positivo ni negativo. Le resulta indiferente.
Hay cuatro pasos en la generación de una emoción: Percepción o imaginación, identificación, evaluación, y respuesta. Normalmente sólo somos conscientes del primer y último paso, ya que los dos pasos intelectuales –la identificación y la evaluación, ocurren sin necesidad de darnos cuenta y a una velocidad de relámpago. Una vez uno ha adquirido un vocabulario de conocimiento conceptual, uno lo automatiza, de igual manera que uno automatiza el conocimiento de deletrear, escribir, montar bicicleta o cualquier otra habilidad compleja. Por eso uno no necesita un proceso de aprender para identificar una bicicleta una vez uno ya tiene el concepto. La aplicación de los conceptos relevantes a la identificación de lo percibido es inmediata y sin lugar a duda. Del mismo modo, una vez uno ha formado una serie de juicios de valor, uno los automatiza.
Así la aplicación del juicio de valor relevante a lo percibido es inmediata. Nuestros juicios de valor, así como nuestro conocimiento, están presentes en nuestro subconsciente, o sea en nuestro almacén de aquellos contenidos mentales que hemos adquirido por medios conscientes, pero no están en forma consciente en todo momento. Cuando se presentan las condiciones apropiadas, nuestra mente los aplica automática e instantáneamente, sin necesidad de ninguna consideración consciente, al objeto de nuestra percepción. Las emociones son estados de consciencia con manifestaciones físicas y con causas intelectuales –son fenómenos psicosomáticos. Así, el amor, deseo, miedo, enojo, alegría, tristeza, etc., no son productos de estímulos sensoriales, sino que dependen del contenido de la mente.
No es difícil, por tanto, darse cuenta de que si una persona, dado sus prejuicios, malinterpreta lo que dice Rand no podrá corregir juicios equivocados y juzgará y evaluará según el contenido de su mente. Así si considera que la realidad es producto de la mente del hombre y por tanto maleable según sus deseos (como el varón que se cree hembra porque se percibe mujer o el que cree que al cambiarle una letra al pronombre ya creó una comunidad inclusiva), si opina que cada quien tiene “su verdad” pues ésta sólo es la justificación que su “lógica de clase” defiende, si piensa que el afán de lucro, por ser egoísta, es malo y no puede diferenciarlo del afán de expoliación, si cree que el camino hacia el progreso y la prosperidad es la lucha hostil contra los productores, si concibe que la destrucción de bienes demandados o riqueza no va a provocar la merma o disminución de ésta, si supone que un pequeño grupo de “iluminados” puede, sin la información que da el sistema de precios, determinar que ha de producirse y que no, y si imagina que la riqueza está ahí, de algún modo, y que lo único que se necesita es que un grupo de “justos” la distribuya equitativamente a cada cual según su necesidad, entonces no debe extrañarnos que su respuesta emocional hacia la ética del egoísmo racional y la Productividad como virtud, sea de rencor, animadversión y tirria. Por eso su condena a los productores, a los empresarios, a los creadores de riqueza, que en tanto más exitosos y virtuosos, más los aborrece. Por eso los señala y condena como codiciosos, usureros, explotadores y enemigos de la comunidad, y urge a castigarles con impuestos progresivos o con la expropiación de sus bienes.
Pero como el hombre necesita de bienes demandados, es decir, valores materiales para vivir una vida floreciente, y la virtud que se los provee es la Productividad, que se guía por el afán de lucro, es ésta, la creación de riqueza, lo que es bueno. Y como suponemos que la mayoría de los humanos quieren vivir, y vivir bien, el odio a esta virtud es en efecto «odio a lo bueno por ser lo bueno».
Ahora, si sabe que lo que odia es lo bueno …