Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
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El debate de la prefiguración es un debate recurrente en el interior del mundo anarquista. Simplemente, se refiere a cómo debería primero diseñarse y luego establecerse una hipotética sociedad sin estado. Esto es, en el primer caso, si se puede o no saber de antemano como debería ser una sociedad anarquista y después si se puede establecer algún tipo de plan o estrategia para llegar a ella desde la situación actual. El segundo caso se refiere no sólo a si es lícito o no usar medios estatales para construir una sociedad anarquista sino también a determinar si es posible hacerlo. Esto es, si las personas que componen los estados no sólo van a tolerar que se le eliminen los privilegios de los que hasta ahora disfrutan, sino que van a colaborar activamente en su desaparición.
Los debates sobre la prefiguración, si bien presentes en el anarquismo desde sus comienzos, se han reabierto con la victoria electoral de Javier Milei en la Argentina, conseguida en buena parte con el uso de la etiqueta anarcocapitalista en su programa. Se plantea en nuestros círculos si Milei podrá conseguir acercarse un poco más al ideal de una sociedad ancap usando medios políticos para su consecución.
Prefiguración: ¿A la anarquía por el Estado?
El primer debate que hay que plantear sería entonces el de si se puede o no usar de la coerción para imponer un nuevo modelo de sociedad, en este caso sin estado. En principio no debería existir problema alguno en que un estado reduzca poco a poco sus funciones hasta extinguirse, preferentemente a través de medios democráticos.
Tampoco sería incoherente con un programa libertario que redujese o eliminase privilegios de a determinados grupos, aunque los obtuvieran por medios legales. A pesar de que esos medios distorsionarían el funcionamiento de los mercados o impondrían normas de conducta que violan la propiedad o la libertad de la ciudadanía. Es este un debate muy interesante, pues muchas veces en nombre de la llamada seguridad jurídica se quieren mantener monopolios o concesiones que, si bien en el momento de establecerse siguieron los cauces legales habituales en un estado intervencionista, no por ello son menos dañinos.
En el marco legal actual deberían dar derecho a indemnización. Pero en el marco de una sociedad libertaria no es algo que esté tan claro. Cabe discutir si las inversiones o mejoras llevadas a cabo en ese marco se pueden compensar. Es un viejo debate libertario sobre el que no me quiero posicionar en este breve texto, aunque entiendo que si un gobernante libertario quisiese acabar con el estado usando medios políticos tendría por fuerza que que quebrar acuerdos y principios llevados a cabo “legalmente” y, por tanto, este estado tendría que suspender los principios legales sobre los que se funda su propia legitimidad.
La Administración Pública de la privatización
Si no lo hace habría que continuar durante mucho tiempo con el viejo esquema y si lo hace pondría en duda la base legal sobre la que lleva a cabo su política. Y aquí radica uno de los principales problemas de una estrategia libertaria fundada en procedimientos democráticos.
Siguiendo con la cuestión de la prefiguración, un gobernante que elabore leyes o decretos con el fin de acabar con el estado necesita primero el apoyo de buena parte de la clase política para aprobarlos o sancionarlos. Pero precisa también de un aparato estatal (burocracias, policías, ejércitos…) que los haga cumplir. Esto es, puede privatizar empresas o organismos públicos, pero precisa de un aparato de hacienda, contables y administradores encargados de tasar esas propiedades y redactar los contratos con este fin.
Expertos en presupuestos deberán recaudar ese dinero para decidir en que forma devolvérselo a la ciudadanía o amortizar deuda pública. Las policías deberán mantener el orden en ese intervalo de tiempo para evitar que los críticos con las reformas se opongan a ellas de forma violenta, al tiempo que jueces y magistrados velen por la integridad y legalidad de esos contratos, frente a posibles impugnaciones. Es decir, para decretar medidas para desmantelar el estado seguirá haciendo falta un aparato político, como el congreso de la nación, judicial y administrativo.
Prefiguración: la cuestión de la rebelión del poder constituído
La cuestión es que estos actores, al ver como el gobierno rompe con sus compromisos muy probablemente teman que a ellos le acontezca lo mismo y sus propios contratos se verán rescindidos. Está por ver entonces si se sienten a su vez obligados a acatarlos y simplemente no los obedecen. Esto es, el gobernante libertario que quisiese hacer uso del aparato del estado para la prefiguración de una sociedad libre, se encontraría de repente sin los colaboradores necesarios para ejecutar sus medidas. De querer seguir contando con su colaboración tendría que seguir manteniéndolos en sus puestos, pero esto implicaría que la estructura básica del estado seguiría estando operativa.
De hecho, los ejemplos que conocemos de extinción de estados (algunos narrados en Final de partida, el último libro de Peter Turchin) acostumbran a ser resultado de guerras civiles, a intervenciones militares extranjeras o a ambas. El estado se desbanda por temor a algún enemigo. Queda un intervalo de tiempo en el que no existe estado alguno hasta que lo sustituye un nuevo poder. El caso de Cuba con Batista, que se rinde sin lucha y Fidel Castro ocupa una capital ya desprovista de su clase dirigente, o el análogo de Vietnam podrían ser buenos ejemplos.
No conozco ningún caso en que se haya debido a la voluntad explícita de sus gobernantes, por lo menos en los últimos decenios. Si bien no es lógicamente imposible que sea electo un candidato antiestatista, si que es mucho más difícil que este consiga que el resto del aparato estatal se preste sin resistencia a sus designios y decida disolverse.
El problema de la prefiguración
Lo que si puede hacer un candidato de este tipo son reformas significativas en algunos ámbitos de la vida económica y social, mejoras que mejoren sustancialmente el nivel de vida o la seguridad de la población, pero sin reducir sustancilamente el alcance del poder estatal. En el mejor de los casos podrá llevar a cabo una redistribución interna de las relaciones de poder dentro del estado, por ejemplo liberalizando la economía pero reforzando el aparato policial o militar. Esto si es factible e intuyo que será la estrategia del nuevo presidente argentino. El poder global del estado no disminuirá pero si se reducirá la intervención en algunos ámbitos, lo que ya sería para estar contentos.
Pero otro factor por el que es muy difícil que se pueda llegar a una sociedad sin estado desde el control del mismo es como apuntábamos más arriba el de la prefiguración. Para llegar a una sociedad anárquica es necesario primero definir con cierta precisión en que consistiría y segundo desarrollar algún tipo de plan para llegar desde la actual situación a esa sociedad ideal. Ambos supuestos son imposibles, al menos si partimos de lo que nos enseña tanto la teoría austrolibertaria del estado como la teoría austríaca de la planificación económica. No se puede saber a priori como se va a concretar una sociedad anárquica. Lo más probable es que se den muchas variedades de la misma, y desde luego no consistirá en una suerte de España, o Francia o Argentina sin estado.
Una nueva configuración del mercado
La escala de asociación humana será mucho más reducida, y aunque sigan perteneciendo a un espacio cultural o linguistico de tipo nacional, la escala de prestación de servicios de todo tipo se verá muy alterada. Es decir, no habría servicios como la defensa, la seguridad, el transporte o la sanidad diseñados a escala estatal sino que seguirían lógicas de tipo local o marcadas por la dimensiones de las empresas o entidades de tipo social que se encarguen de estas actividades. Algunas actividades podrán proveerse a escala mayor que las de un estado. Es el caso de las telecomunicaciones, y otros a escala inferior como ocurriría muy probablemente con la atención a los más desfavorecidos.
Se pueden tomar ejemplos del pasado o de otras localizaciones geográficas como inspiración para la prefiguración de una sociedad anarquista, pero no es posible desde circunscripciones como las estatales diseñar el futuro de entidades sociales de escala y lógica de funcionamiento distintas de si mismas. Se daría una suerte de proceso de descubrimiento empresarial, por usar un concepto austríaco, para implantar soluciones a los problemas que hoy atienden los entes estatales. Los estados tienen lógica política no económica por lo que es de prever que muchas cosas cambiarían desde la situación actual y de estos rasgos del futuros no se pueden hacer predicciones a día de hoy.
El ejemplo socialista
Pero aunque por un casual se pudiese prefigurar la sociedad del mañana, se abriría el problema de qué medidas habría que tomar para alcanzarla. Esto implicaría algún tipo de plan sistemático de políticas por parte del gobierno, suponiendo, claro está, que fuese capaz de determinarlas y medir sus consecuencias.
Sabemos desde hace años de la imposibilidad de planificar a gran escala por el fracaso en la construcción de una sociedad socialista que pudiese, no ya superar, sino igualar el desempeño de una sociedad capitalista desprovista de planes y mandatos. El problema de la imposibilidad del cálculo o el problema de los incentivos en una sociedad de este tipo se reveló
Insuperable para todos los planificadores socialistas, muchos de ellos muy competentes técnicamente y a veces dotados de computadores muy poderosos (el libro de Francis Spufford, Abundancia Roja lo ilustra muy bien). Pues lo mismo acontecería en el caso de querer planificar una sociedad capitalista desde un órgano centralizado de coerción.
¿Planificar la anarquía?
No existió en el pasado ningún planificador que hubiese predicho cual iba a ser la forma actual de las sociedades capitalistas. Nadie previó las instituciones o los avances técnicos que configuran nuestro presente aquí, o en los países más avanzados dentro de este sistema, porque no son fruto del diseño de un legislador sino de millones de decisiones de miríadas de personas que a lo largo del tiempo ha contribuido a desarrollarlas.
De la misma forma, una sociedad anarcocapitalista no podrá resultar sino de las decisiones que tomen las sociedades desde abajo con este fin, siempre y cuando puedan contar con al menos un pequeño espacio para poder desarrollarlas. La creación de algún espacio autónomo, término muy querido por los anarquistas, en el que se puedan experimentar estos principios y luego si funcionan ser imitados en otras partes, exactamente igual que aconteció con el desarrollo del capitalismo, es quizá a día de hoy la mejor forma conocida de implantar en el futuro una sociedad de este tipo. Desde el estado se podrán, de hacer buenas políticas, hacer algunas cosas que mejoren la libertad, pero es muy improbable que una sociedad libertaria sea una de ellas.